Proteger la imagen de La Negrita es su misión. Detrás de la seguridad de ella y sus resplandores dorados se encuentra un solo hombre: Fernando Soto Coto, el guardián de la Virgen de los Ángeles.
Por más de 230 años, su familia ha sido la encargada de velar por la protección de la Virgen, tanto en la orfebrería –el arte de forjar objetos con oro, plata u otros materiales preciosos– como en sus traslados dentro y fuera de la Basílica de Los Ángeles, en Cartago. Es un trabajo nutrido desde la fe y el orgullo, ya que se realiza sin cobro alguno para asegurar la apariencia de la patrona de Costa Rica.
Aunque cientos de miles de personas realizan la romería anualmente a la Basílica de los Ángeles para agradecer o pedir la intercesión de la Virgen, son pocos los que notan los detalles que adornan la imagen y aún menos los que han tenido la oportunidad de tocar estos vibrantes elementos, como las piedras en forma de estrella que conforman los colores de la bandera nacional. Para eso existe la figura del guardián, el único laico, además de los líderes religiosos, a quien se le permite acercarse a la Negrita para asegurarse de que los metales no le causan daño a la piedra.
La única persona autorizada para tocar y trasladar la imagen de la Virgen de los Ángeles es el sacerdote rector de la basílica, Miguel Adrián Rivera Salazar, pero siempre que lo hace está acompañado por Fernando, el orfebre. Cada vez que el cura lo solicita, ambos realizan una inspección del resplandor de La Negrita para determinar si es necesario realizar una limpieza o ajuste a sus partes metálicas. Además, se encargan de coordinar todos los trámites de seguridad relacionados directamente con la imagen.
En el marco del bicentenario desde que la Virgen de los Ángeles fue nombrada patrona de Costa Rica, le presentamos la historia de la familia que ha estado al lado de la Negrita desde antes de este reconocimiento; el protocolo que se efectúa para protegerla, y la logística necesaria para trasladarla durante las procesiones que se hacen en su honor.
La historia de la Virgen de los Ángeles (más allá de La Negrita)
El tiempo pasa factura. Esta frase también aplica para los metales finos que cubren la imagen de la Virgen de los Ángeles, puesto a que la piedra está colocada sobre un metal y los movimientos pueden desgastarla o fracturarla. De allí nace la necesidad de realizar una constante vigilancia, tanto a la imagen como a su resplandor.
El protocolo es estricto y pocas personas lo han presenciado, ya que se trabaja con un alto grado de secretismo. Por orden del sacerdote rector se cierran las puertas del templo y tanto la Fuerza Pública como la seguridad privada permanecen alertas, con oficiales dentro y fuera de la iglesia. Fernando es llamado sin previo aviso, a veces con tan solo media hora de antelación, por lo que siempre debe estar disponible para sumarse a la revisión.
Acto seguido, sin moros en la costa, el padre Rivera utiliza una escalera para bajar la imagen. Solo él, o algún sacerdote delegado, puede tocarla. Una vez colocada sobre una mesa se le retira el resplandor y el manto, que es la tela que asemeja un vestido. Hasta entonces, Fernando puede comenzar su trabajo.
El orfebre primero desarma el resplandor y lo revisa meticulosamente. Pieza por pieza, verifica que los clavos, las roscas y las piedras estén colocadas correctamente. Si detecta algún daño, debe decidir si arreglarlo en la misma basílica o si es necesario llevarse las piezas a su taller. Una vez establecido el plan de acción, el sacerdote regente vuelve a colocar la imagen en su altar.
“No es porque tenga algo mágico o porque sean egoístas, sino es por el respeto a la imagen, por seguridad y para resguardar. Siempre tiene que ser un sacerdote el encargado de la manipulación, eso sí, acompañado por el orfebre; en este caso es mi persona”.
Fernando Soto Coto, guardián de la Virgen de los Ángeles.
¿Piensa hacer la romería? Le damos los detalles que debe considerar
Cuando se requiere una reparación más exhaustiva, Fernando trabaja sin cesar. Es escoltado por la policía hasta su taller, ubicado cerca de la iglesia, donde puede dedicarle días y noches seguidas al trabajo. Su responsabilidad es devolverle el esplendor a la Virgen en el menor tiempo posible y, hasta la fecha, el máximo tiempo que se ha tomado para estos encargos es de tres días.
Las restauraciones se realizan sin costo para la Basílica; sin embargo, en caso de que se requiera de materiales preciosos, los montos suelen ser cubiertos por las donaciones realizadas por los feligreses durante las misas.
Además, otra de las responsabilidades del guardián de La Negrita incluye los chequeos previos al 2 de agosto, con preparativos que comienzan mucho antes del 23 de julio, fecha en que inicia la novena de la Virgen de los Ángeles. También se revisan los cálices y copones que se utilizarán, para que todo luzca en perfecto estado.
Durante la pasada del 3 de agosto y el primer domingo de setiembre, cuando se traslada a La Negrita desde la Basílica hasta la Catedral de Nuestra Señora del Carmen, en el centro de Cartago, y viceversa, Fernando se encarga de capacitar a todas las personas designadas por el sacerdote rector en temas de seguridad. Estos voluntarios, que son seleccionados generalmente según una temática, son los encargados de cargar la carroza que transporta a la Virgen.
El año pasado, por ejemplo, la diócesis de Puntarenas fue seleccionada para confeccionar el manto de la Virgen. En consecuencia, el regente solicitó que tres grupos de cuatro personas, oriundos y devotos de la zona, fueran responsables de transportarla en sus hombros durante la procesión del 3 de agosto.
Una vez que fueron elegidas, Fernando se encargó de explicarles desde lo básico hasta lo más específico para prevenir situaciones de riesgo: todos los portadores deben ser de una estatura similar para evitar inclinaciones y si alguien lleva tacones durante el evento, estos no pueden ser muy altos y deben tener una suela estable, ya que el peso de la imagen con el anda es considerable.
Adicionalmente, durante el recorrido, Fernando y su equipo siempre se mantienen alrededor de la Virgen, monitoreando la procesión. La imagen también cuenta con un primer anillo de seguridad proporcionado por el Servicio de Vigilancia Aérea de Costa Rica, ente adscrito al Ministerio de Seguridad Pública (MSP).
“Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”. A partir de este versículo, del Apocalipsis 12:1, se diseñó la figura y los detalles del resplandor de la Virgen de los Ángeles.
Alegóricamente, el resplandor de la Virgen es el único que tiene las estrellas azul, blanco y rojo en orden secuencial, por lo que se repite los colores de la bandera de Costa Rica. La protege un querubín (ángel) en sus pies, acompañado de un lirio o una azucena que representa la pureza. Los seis pétalos, además, llevan consigo seis ángeles custodios. En la base del pedestal de forma circular, que ilustra al mundo, lleva los escudos de Costa Rica y de Cartago, así como una “M” de María.
Ingresar al taller Soto del Valle, donde se restauran las piezas de la Virgen de los Ángeles, es como realizar un viaje en el tiempo. Los recortes de láminas de latón están esparcidos por el suelo, acompañados por antiguas máquinas industriales instaladas sobre mesas de madera. En las esquinas hay pilas y baldes donde se realizan los baños de oro, así como mantos, pedestales o resplandores que han sido utilizados por La Negrita a lo largo de 230 años.
Se podría comparar, a la vez, con un museo dedicado a la Patrona. Lo curioso es que este taller se ha trasladado de localidad conforme han pasado las generaciones. Eso sí, siempre se encuentra en proximidad al centro de Cartago.
La orfebrería no es solo un arte, sino una preservación de la tradición y la historia. Además de realizar reparaciones a la Virgen, este taller de orfebrería también se encarga de fabricar cálices (copas utilizadas para el vino en la misa), sagrarios (contenedores para la hostia) y réplicas de los ornamentos de la Virgen de los Ángeles con los moldes originales, los cuales se venden a devotos u otras iglesias dentro y fuera del país.
A finales de 1790, José María del Valle Alarcón llegó a Cartago desde España, traído por una familia de la entonces capital para impartir clases de música a sus hijos. Además de ser artista, José María era orfebre y decidió prestar sus servicios a la Virgen de los Ángeles debido a su devoción, en un momento en que era la patrona de Cartago. Aún faltaban algunos años para que fuera proclamada patrona de Costa Rica por la Asamblea Constituyente, hecho que ocurrió en 1824.
Desde entonces, la familia quedó designada como los guardianes y orfebres oficiales. La tradición se ha transmitido a través de siete generaciones, hasta llegar a Fernando Soto Coto. Si bien el sacerdote rector podría designar a otra persona o profesional para esta labor, la confianza con la familia se ha mantenido intacta durante más de dos siglos.
Actualmente, los ornamentos que rodean la imagen de piedra solo pueden ser restaurados por Fernando. Antes de él lo hicieron su padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo, tataratatarabuelo y tataratataratatarabuelo, por lo que él observa su linaje familiar no solo como una responsabilidad, sino como una bendición para poder servirle a la Virgen.
Aunque desde pequeño estaba al tanto de la historia de sus antepasados, no siempre estuvo seguro si él sería quien continuaría con la tradición, ya que tiene otros tres hermanos. Sin embargo, recuerda que desde su época escolar empezó a involucrarse en el meticuloso arte que manejaba su padre, José Antonio Soto del Valle.
Su pasión por la orfebrería creció tanto que, en octavo año de colegio, decidió comenzar a involucrarse a diario en el taller. Madrugaba para acompañar a su padre de 7 a. m. a 2 p. m., y luego asistía a sus clases en un liceo nocturno.
Durante esos años, Fernando asumió el rol de futuro guardián de La Negrita. Según recordó, la primera vez que visitó la Basílica para una revisión con las puertas cerradas fue cuando tenía aproximadamente 19 años, y la principal emoción que lo embargó fue el miedo.
Ese día comenzó como cualquier otro, hasta que su padre lo llamó para que se alistara. Había recibido una llamada del sacerdote de la basílica, y necesitaban que acudieran al templo para revisar los resplandores.
Como es común en este tipo de circunstancias, no tuvo mucho tiempo para procesarlo. Aun así, el joven se preparó con las herramientas necesarias y se dirigió a la iglesia. Su experiencia fue doblemente impactante, ya que antes solo había observado a la Virgen desde lo largo en el altar, y tampoco acostumbraba a entrar a la Basílica, porque siempre la tenía cerca de su casa.
Fue hasta ese día, acompañado de su padre, que pudo observar todos los detalles de la piedra: los ojos de la mujer, la oreja del bebé y el brazo que lo sostiene.
“El temor era ese: tocar una pieza tan antigua, por lo delicada que es, y luego como creyente por el respeto (...). Gracias a Dios he ido saliendo con todo. Cuando tengo duda de algo recuerdo que mi papá decía que lo dejáramos para mañana, que pensáramos un ratito, y al día siguiente ya tengo la solución”.
Fernando Soto Coto, guardián de la Virgen de los Ángeles.
Todavía considera que aquella experiencia lo marcó profundamente, debido al temor de “jalarse una torta”. Sin embargo, con el paso del tiempo ha ganado confianza en sí mismo, puesto a que ya aprendió todo lo necesario para ser el guardián de La Negrita de la mejor manera posible.
Durante sus labores diarias, Fernando siempre aplica sus conocimientos con calma intacta. También cuenta con el apoyo de su esposa, Ingrid Umaña, quien desempeña un papel fundamental en el mantenimiento y desarrollo de los artefactos de metales preciosos.
Después de Fernando deberá llegar otro guardián, pero esta posición por el momento no tiene nombre. Sus sobrinos expresaron interés en la orfebrería cuando eran niños, pero actualmente se dedican a otras profesiones. Caso similar ocurre con su hija, quien cursa una carrera en la universidad completamente distinta a la tradición familiar.
En el pasado, Fernando solía preocuparse mucho por su legado y lo que ocurriría en el futuro. Ahora piensa que “esto tendrá que llegar hasta donde Dios quiera”. Prefiere disfrutar del presente y aprender de los errores del pasado para asegurarse un buen futuro, tanto en su trabajo como en su vida personal.
Una eventual caída de la imagen de la Virgen de los Ángeles sería devastadora para el pueblo de Costa Rica. Más allá del resplandor metálico, que el orfebre Fernando Soto asegura podría reemplazarse sin problemas, lo invaluable es la piedra.
Aunque desde que asumió el rol de guardián de La Negrita no ha ocurrido ningún accidente de este tipo, sería responsabilidad del orfebre restaurar los daños en el resplandor y el pedestal metálico en caso de que sucediera algún incidente. La piedra, por su parte, quedaría en manos de un escultor o especialista capaz de remediar los posibles daños.
Para prevenir esta situación, ya se han implementado medidas de seguridad en la Basílica de los Ángeles y en los protocolos de las procesiones y romería. Por ejemplo, la vitrina que resguarda la imagen en el altar está fabricada con un material blindado, diseñado para protegerla de impactos, balas, fuego y otros posibles riesgos.
A pesar de que el sacerdote regente y el obispo de Cartago son los principales responsables de proteger a la Virgen, el criterio de Fernando tiene un peso significativo en lo que concierne a la seguridad de la imagen de la patrona de Costa Rica. Por ello, agradece profundamente la confianza depositada en su trabajo.
Si bien desconoce quién será el próximo guardián, ya que aún no está claro si alguno de sus familiares asumirá la posición, está decidido a seguir trabajando con el mayor empeño para salvaguardar una parte del patrimonio católico e histórico de Costa Rica.
“Es una responsabilidad muy grande, pero a la vez es un honor que Dios me haya escogido para esta labor. Yo estoy encantado de trabajar en lo que trabajo”.
Fernando Soto Coto, guardián de la Virgen de los Ángeles.