Caracas. Escasez de combustible, racionamiento eléctrico, hospitales en ruinas y vías intransitables: basta salir de la “burbuja” de Caracas para toparse con la dura cotidianidad de la provincia en Venezuela, en abandono tras años y años de crisis.
Pero de cara a la elección presidencial: promesas. El presidente Nicolás Maduro, que aspira a la reelección, ofrece reparar escuelas, ambulatorios, construir viviendas, ante el clamor de la gente en cada pueblo que va. La oposición habla de cambio y de eficiencia.
Biscucuy, un pueblo cafetero en el estado Portuguesa (oeste), retrata una debacle que se repite por todo el país.
“La economía en el pueblo no está fácil”, resume José Gregorio Mejía, un mecánico de 56 años. “Es un sacrificio para todo, nunca en la vida se había visto una situación así”, sigue, con sus manos y ropa cubiertos de grasa.
Mejía precisa una cirugía para una obstrucción urinaria, pero en el hospital, lleno de óxido en su fachada, no disponen de los materiales para practicarla. Esconde bajo la camisa una bolsa de orina y aunque el médico le sugirió reposo, sale todos los días a trabajar con el objetivo de redondear de dos a cuatro dólares, insuficiente para costear su operación en otro sitio.
“Uno decía ‘Vamos a trabajar jóvenes para vivir felices la vejez’, y ahorita no podemos decir eso porque este gobierno acabó con los sueldos”, se queja Rosa de Madrid, una docente 62 años, que se apoya en la ayuda que le envía de Estados Unidos una hija para sustentarse.
Apagones de hasta cuatro horas son cosa de todos los días en esta región de 50.000 habitantes, lo mismo que en otros muchos pueblos. Las carreteras que llevan a las fincas de café están llenas de pozos y cuando llueve se vuelven intransitables por el lodo.
Maduro suele achacar la crisis a las sanciones impuestas en 2019 por Estados Unidos al cuestionar su primera reelección un año antes.
Pero habitantes y expertos coinciden en que los problemas comenzaron mucho antes, y que el gobierno se concentró en “cuidar” Caracas, donde los cortes eléctricos son esporádicos, hay gasolina y comida, aunque igual no escapa de la pobreza y las carencias.
Biscucuy cosecha entre el 60% y 70% del café venezolano, pero su producción es cada vez más difícil.
La familia Hernández, por ejemplo, no tiene gasoil para la máquina que seca el café, o gasolina para transportarlo al pueblo. No hay suficiente fertilizante y los caficultores se quejan del precio que paga el gobierno por su producto.
La única torrefactora en el lugar fue expropiada, y muchas veces un intermediario es la única opción.
“Estamos ahogados porque no tenemos recursos”, dice Migdalis Hernández, de 53 años y al frente de la finca familiar. “El gasoil está por las nubes y para secar 10 sacos de café necesitamos 200 litros”.
Para producir los 80 quintales (3.680 kg) anuales que proyecta debe invertir unos 800 dólares en diésel.
Muchos caficultores destinan parte de su producción para comprar víveres en trueque, empujados por la inflación y las devaluaciones que acabaron con la moneda local y dieron paso a una dolarización informal.
Rafael Hernández, que también vive en la zona, destina parte de su producción para abastecerse de harina de maíz, pasta, azúcar y aceite vegetal. No le alcanza para comprar carne o pollo. “La alimentación de nuestros caficultores es mala”.
El acalde de Biscucuy, Jobito Villegas, estima que entre “5.000 y 10.000 (productores) ha desertado, se han ido del municipio” por la crisis.
“Se fueron los jóvenes y nos estamos quedando los viejos. Se nos está yendo la fuerza de trabajo”, lamenta. “Antes era el éxodo campesino que se iba de Biscucuy a Caracas, ahora se van de Biscucuy a Estados Unidos”, el destino de miles de migrantes venezolanos.
Migdalis Hernández por ahora apuesta a su finca. “Es lo que tenemos, es la herencia, es lo que nos dejaron nuestros padres, es nuestra economía. ¿Cómo la dejamos a un lado? Tenemos que mantenerla”.