Los electores franceses evitaron lo peor. El domingo, en la segunda ronda de las elecciones legislativas, la expectativa de que la extrema derecha pudiera obtener mayoría o, al menos, convertirse en el primer grupo de la Asamblea Nacional, se desinfló por completo. Su “buque insignia”, el Partido Reagrupamiento Nacional (RN), de Marine Le Pen, será la tercera formación, con 143 diputados, menos de la mitad necesaria para la mayoría.
El mayor éxito lo obtuvo una heterogénea alianza de izquierdas, el Nuevo Frente Popular (NFP), que logró 182 escaños. Su sombrilla cobija desde los extremistas de Francia Insumisa hasta el moderado Partido Socialista. La agrupación del presidente Emmanuel Macron —Juntos— sobrevivió en un respetable segundo lugar, con 159. De este modo, el centro sigue vigente, aunque disminuido, en el panorama político. Los Republicanos, de centroderecha tradicional, quedaron en un muy distante cuarto lugar, con apenas 39 representantes.
El alivio de los sectores democráticos con estos resultados, distintos a los que pronosticaban las encuestas, es de sobra justificado. Un éxito de la ultraderecha exclusionista, nativista, populista, euroescéptica y ambigua hacia Rusia, habría sido catastrófico para Francia y Europa. El riesgo fue superado, al menos por ahora.
La alta participación electoral, que alcanzó un récord de casi el 67%, muy superior a la de la primera vuelta del domingo previo, fue un factor coadyuvante a este desenlace: un amplio grupo de personas superó su apatía y ejerció una votación táctica para frenar a Le Pen y sus huestes. Pero más importante aún fue el “bloque republicano”, constituido por la izquierda y el centro. Tras un rápido acuerdo informal, el NFP y Juntos retiraron sus candidatos en el tercer lugar de casi 200 circunscripciones, con lo cual el voto contrario a la extrema derecha no se diluyó. Esto benefició a ambas agrupaciones, pero sobre todo a la alianza de izquierdas, con más candidatos en el segundo lugar.
Sin embargo, la forma en que quedó compuesta la Asamblea, con tres grandes bloques muy disímiles entre sí, así como el sustancial incremento en los escaños del RN y, en menor medida, el NFP, presenta un complejo panorama para la gobernabilidad francesa. Además, debilita el liderazgo de Macron en el ámbito europeo, donde los desafíos políticos y de seguridad se han acentuado. Esto genera justificada inquietud.
Las opciones que se abren son muchas, pero ninguna sencilla. Según el sistema francés, el presidente, quien tiene total autonomía en asuntos de seguridad y política exterior, escoge al primer ministro de su preferencia y este conforma su gobierno, encargado de los asuntos domésticos. Sin embargo, necesita el respaldo de una mayoría legislativa, con la cual no cuenta ahora.
Si el resultado electoral conduce a una confrontación sin salida, se generará una parálisis que llevará a un gabinete meramente formal, con nula capacidad de iniciativa. Por esto, lo más conveniente y responsable sería una coalición entre los sectores más afines, a partir de un programa mínimo que genere gobernabilidad de aquí a las próximas elecciones, en el 2027, o hasta junio del próximo año, si el presidente decide adelantarlas. Como alternativa muy imperfecta, pero mejor que la parálisis, está un gobierno de minoría, que sea aceptado por la Asamblea y construya acuerdos puntuales alrededor de sus proyectos.
Francia no tiene tradición de coaliciones multipartidistas. Esto, más el antagonismo entre los tres grandes bloques, dificultará los acuerdos de largo aliento. Sin embargo, no se puede descartar una convergencia entre el centro, la derecha tradicional y los sectores moderados de la izquierda, encabezados por los socialistas, que son el segundo partido en el NFP.
Este lunes, el primer ministro Gabriel Attal presentó su renuncia a Macron, quien la rechazó y le pidió permanecer por el momento en el cargo. No se puede actuar con apresuramiento, pero tampoco es conveniente prolongar la incertidumbre por largo tiempo, porque acentuaría los retos presentes, entre ellos un crecimiento del extremismo.
No será sencillo llegar a los acuerdos democráticos y republicanos, pero es el deber mínimo de sus dirigentes. Confiamos en que estén a la altura.