En cuestión de 72 horas, Costa Rica pasó de ser una ‘democracia vibrante’ a una ‘dictadura perfecta’.
El martes 11 de junio, en el discurso inaugural del FDI Summit, organizado por la Promotora de Comercio Exterior (Procomer), en presencia de cuando menos 500 empresarios e inversionistas, Rodrigo Chaves manifestó que una de las ventajas competitivas de nuestro país para atraer inversiones es que somos una “democracia vibrante”.
Pero solo tres días después, el viernes 14, en La Fortuna de San Carlos, en una de sus acostumbradas arengas populistas, en las que suele arremeter contra la Asamblea Legislativa, el Poder Judicial y la Contraloría General de la República, definió a la Costa Rica de los últimos 75 años como una “dictadura perfecta”.
Así de increíbles, alucinantes y demenciales fueron las manifestaciones del presidente la semana pasada, porque, aunque nuestra democracia sea imperfecta, jamás puede considerarse que el país haya vivido bajo una dictadura.
Debo reconocer que, en foros internacionales o ante inversionistas extranjeros, sus discursos son mesurados, en los cuales pondera nuestro sistema político, presume de la calidad de nuestra democracia y se ufana de ser resultado de ella, como lo hizo en su visita a Davos, Suiza, con ocasión de la reunión del Foro Económico Mundial en enero del 2023, y en alguna que otra de sus giras al exterior.
Sin embargo, en lo interno, sus ataques a la institucionalidad son constantes, excesivos y violentos. Sus arremetidas y descalificaciones contra los diputados y los magistrados son irresponsables e irrespetuosas, sin respeto hacia la división de poderes y las normas tácitas de la convivencia política.
La ofensiva del presidente Chaves contra la Contraloría General de la República ya no es solo de palabra; ahora pretende, con su proyecto de referéndum, causarle un daño al proponer limitarle competencias y eliminar la labor fiscalizadora que le fue asignada constitucionalmente para garantizar la eficiencia, eficacia y transparencia en el uso de los recursos del Estado.
La obsesión, la animadversión y el acoso contra la contralora, el descabellado proyecto de referéndum y el sorprendente discurso en la zona norte el pasado viernes deben llamarnos a la reflexión sobre los peligros que, para nuestra democracia y convivencia social, significan tales actitudes.
Es un hecho constatable la incitación a los fanáticos a la violencia mediante el ataque soez y verbalmente violento contra sus imaginados adversarios sin pedirla explícitamente, como Donald Trump en enero del 2021, que terminó en el asalto al Capitolio por turbas enardecidas.
En nuestro país, hemos visto cómo la polarización del debate público y el discurso confrontativo y descalificador son causas del aumento exponencial de las manifestaciones de violencia y odio en las redes sociales y de amenazas contra actores políticos.
Es inquietante, en el entorno del presidente Chaves, la ausencia de personas que lo llamen a la cordura y la prudencia, que le indiquen sus errores, que lo asesoren adecuadamente y que contrarresten aquellas otras que, por añejos rencores y odios contra la clase política, lo asesoran mal o los que, por afán de protagonismo o mantener un cargo, se limitan a aplaudirle sus excesos.
También es alarmante el silencio de muchos políticos e intelectuales ante los desvaríos y desplantes del presidente y el peligro que representa para nuestro sistema democrático, porque, a fin de cuentas, son tan culpables los que apoyan esas actitudes como quienes callan. A unos y otros les recuerdo el consejo de Martin Luther King: “Siempre es el momento apropiado para hacer lo correcto”.
Las similitudes del comportamiento y las estrategias de Chaves con otros personajes populistas de uno y otro signo ideológico, entre los que destacan Donald Trump y Jair Bolsonaro, son innegables.
La agresión contra los medios de comunicación independientes y críticos, las promesas irrealizables, la improvisación, la excusa de que los demás son los culpables y no le permiten cumplir los compromisos, el uso de bulos, de mentiras y posverdades, el sesgo autoritario, el abuso del poder y la instrumentalización de las instituciones para perjudicar a sus críticos son aspectos que identifican la perniciosa corriente populista.
Esa ha sido la ruta de Chaves desde su aparición en el escenario político como aspirante a la presidencia de la República. Desde entonces, lamentablemente, tiene encantada a una parte del electorado, que, descontenta a causa de las falencias del sistema político, ha optado por convalidar la crítica y el ataque contra este, sin reparar en las funestas consecuencias que su actitud puede acarrearnos.
Ojalá reaccionen a tiempo y la mayoría de los compatriotas contribuyamos a afianzar la “democracia vibrante” que, efectivamente, gozamos y de la que nos enorgullecemos, y rechacemos la delirante afirmación presidencial de que vivimos en una “dictadura perfecta”, argumento falaz con el que pretende justificar sus embates a la institucionalidad.
El autor es exembajador.
