Más y mejores fuentes de empleo sigue siendo uno de los principales retos de la economía. La tasa de desempleo durante el primer trimestre del año fue del 7,8 %, mayor entre las mujeres (un 8,7 %) que entre los hombres (un 7,2%). Equivale a 182.968 personas.
Además, el subempleo alcanzó el 3 %, es decir, 65.394 no tienen la oportunidad de laborar tiempo completo.
Estos resultados se obtienen a pesar del empeño por mejorar la formación de los trabajadores y potenciar las fuentes de empleo disponibles, por ejemplo, el Programa Brete y las distintas ferias.
La estrategia para promover más y mejores fuentes de empleo, sin embargo, carece de un enfoque de demanda: aumentar el número de empresas y facilitar el crecimiento (tamaño) de las existentes.
Cabe preguntarse si se está haciendo lo suficiente para que más costarricenses se arriesguen a abrir un negocio y alcanzar el éxito.
Los nuevos negocios demandan empleo y los grandes ya establecidos lo hacen en menor medida, debido a la elevada rotación de personal, especialmente cuando lo que se precisa es recurso humano calificado.
Por ello, tanto países avanzados como emergentes diseñan políticas específicas para apoyar el desarrollo de emprendimientos, ya sea de personas independientes (start-ups), o bien, incubadas dentro de una empresa ya establecida (spin-offs).
De acuerdo con el Global Startup Ecosystem Index (GSEI) del 2023, que evalúa el ecosistema emprendedor en 100 países, Costa Rica ocupa la posición 72; cayó 5 puestos con respecto al 2022.
El índice abarca factores como el número de empresas creadas e inversionistas, los espacios para el cotrabajo, las aceleradoras, la inversión acumulada en start-ups en el sector privado, número de empleados, número y tamaño de unicornios (empresas con ventas superiores a $1.000 millones), el clima empresarial, la inversión en I+D, la disponibilidad de diversos servicios tecnológicos, dominio del inglés, disponibilidad de visados para nuevas empresas, leyes laborales favorables a las start-ups, impuestos sobre las sociedades, universidades por ubicación, etc.
Por países, el ranquin es liderado por EE. UU., seguido por el Reino Unido, Israel, Canadá, Suecia, Singapur, Alemania, Francia, Australia y los Países Bajos.
En América Latina y el Caribe (ALC), sobresalen Brasil (27), Chile (36), México (37), Colombia (40), Argentina (47) y Uruguay (55). Está claro que Costa Rica da poca importancia al ecosistema emprendedor y, por tanto, no posee las condiciones para el surgimiento de empresas, que a su vez producirían fuentes de empleo.
Si no cambiamos de dirección, será imposible obtener resultados como los que se registran en países pequeños como Chile y Uruguay. En estos ha habido unicornios, lo que anima a otros emprendedores a pensar en grande y arriesgarse a crear sus propias empresas emergentes.
Según la experiencia de las naciones de ALC mejor posicionadas en el GSIE, Costa Rica requiere, entre otras cosas, tecnología e infraestructura digital, lo cual facilitaría a los emprendedores sacar partido a las plataformas, el comercio electrónico y las tecnologías móviles para llegar a mercados más amplios, ser más eficientes y hacer crecer sus negocios.
Además, deberíamos promover la atracción de fondos de capital de riesgo procedentes de EE. UU. y Europa para nuevos emprendimientos y el desarrollo de tecnologías a un ritmo que es imposible con el financiamiento disponible en estos momentos.
La coinversión de capitales de riesgo extranjeros con socios locales fortalecería el ecosistema de las start-ups y reduciría el riesgo para los inversionistas internacionales.
Es vital promover la colaboración entre instituciones educativas, el gobierno y las empresas, el desarrollo de programas e iniciativas de formación especializados, que equipen a la fuerza laboral con las habilidades necesarias para los empleos tecnológicos.
En un estudio que realicé hace unos años, determiné que del total de microempresas que operaban en el 2002, el 38,4 % continuaban siéndolo en el 2012, un 56 % murieron, solo un 5,3 % consiguieron pasar a la categoría de pequeñas empresas y un 0,2 %, a la de medianas empresas.
Esto significa que la supervivencia y el crecimiento es inferior al 6 %, un resultado desalentador, ya que las micros representan cuatro quintas partes del empresariado nacional.
En cuanto a las pequeñas empresas, los resultados mostraron que, del total en el 2002, el 38,9 % permanecían como pequeñas empresas en el 2012, el 37,9 % habían muerto y el 14,7 % descendieron a la categoría de microempresa. Solo el 8 % ascendieron a tamaño mediano y casi ninguna al segmento de grandes empresas (un 0,5 %).
El Programa Estado de la Nación actualizó los datos para el período 2005-2017, cuyos resultados confirmaron los de mi estudio.
De las microempresas existentes en el 2005, el 88,5 % de las que no murieron mantenían el mismo tamaño 12 años después. De las que eran pequeñas, un 31,5 % se redujeron a micro, un 48 % se mantuvieron como pequeñas y solo un 20 % consiguieron expandirse.
Los datos refuerzan la idea de que Costa Rica necesita un amplio programa de desarrollo productivo que impulse el tamaño de las empresas, especialmente de las micros y pequeñas. Como indiqué en un artículo anterior, el país requiere una estrategia para aumentar la productividad en el régimen definitivo, de forma tal que las micros y pequeñas empresas tengan opciones de crecer y, con ello, generar fuentes de empleo.
No podemos pretender combatir el desempleo y la pobreza apoyando a las personas solo en el mejoramiento de su formación; es necesario complementar los esfuerzos con un enfoque de demanda, como he señalado.
El autor es presidente de la Academia de Centroamérica.
