Avisaba
David Castera,
director del Dakar, que esta edición iba a ser durísima y de pura resistencia. Y se quedó corto. Desde el inicio, la aventura
dakariana se convirtió en una tortura en la que hacer un balance adecuado entre salir a atacar y a sobrevivir. La primera etapa fue durísima y dejó, por ejemplo, fuera a
Laia Sanz, y los múltiples árboles cortaron las antenas de los coches, lo que les dejó sin GPS y con problemas en sus tabletas. Y los pilotos de moto incluso llegaron con espinas clavadas en sus brazos.
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