El
Barça de
Flick, que prefiere el contragolpe a la pausa, empieza a ilusionar. Fue clave que el técnico alemán rectificara su planteamiento inicial, acercando a
Pedri al área y
Raphinha, a la banda.
Lewandowski, que sería uno de los capitanes si fuera más empático con los jóvenes, está en racha. La sonrisa de
Lamine en la celebración de su gol es la gran esperanza del barcelonismo. Bendita herencia. En cambio, la foto inesperada, con
Nico Williams jugando en el Athletic,
Gündogan, regalado y reapareciendo en el City y
Olmo, en la grada, resume la improvisación de la gestión de los dirigentes del
Barça. Al revés de lo planificado. El ridículo por no poder inscribir al fichaje de los 60 millones es bochornoso. Y, además, ¿se plantean gastarse 100 millones para quitarle
Luís Diaz al Liverpool o
Rafa Leao al Milan?.
Gündogan, llamado a ser el líder por carácter y jerarquía, ha debido volver con
Guardiola para suplir el incumplimiento del presidente, que en junio prometió más ingresos, la renovación de
Nike y nuevos inversores que sustituyeran a los que no pagaron y los que quieren salir de
Barça Studios. El mundo económico está pendiente de si los auditores de
Grant Thornton mirarán hacia otro lado o revertirán a pérdidas una parte de la sobrevaloración que se le dio. Cualquier otro ejecutivo con el nulo acierto de
Deco, ya que solo sigue 1 de los 6 fichajes de la temporada pasada, estaría en la picota. Es curioso que en este modelo presidencialista perder tiene consecuencias para todos menos para el presidente y su guardia pretoriana.
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