No es el último del cuarteto; ni el jugador número 12 ni el patito feo.
Rodrygo Goes es un futbolista extraordinario, esencial para
Ancelotti, y da gusto verle jugar. No levanta la voz, marca goles trascendentales, centra medido, no es egoísta, busca al compañero y está convencido de que con
Mbappé formará una “sociedad” de época. No le pitan en ningún campo, no le cuestionan, vive en Madrid con sus padres y con su hermana. También es buena persona: no da un ruido y no necesita vociferar cada amanecer que tiene contrato con el Madrid hasta 2028.
Rodrygo es el patito guapo. Si lo sabrá
Pep Guardiola que antes de que el Madrid conquistara la “Decimoquinta” le llamó para decirle que le ofrecía un proyecto deportivo a su medida en el Manchester City –“jugarás donde tienes que jugar”– y otro económico muy superior al madridista. Le llamaron también del PSG, con una oferta millonaria de esas que se antojan irrechazables. Con muy buenas palabras respondió a ambas con un no rotundo. Sólo tiene 23 años y está convencido de que no hay mejor hogar que el Bernabéu. Lo certifican cuantos salieron.
Ancelotti se lo inculca a diario porque sufre cuando le ningunean. El entrenador le hace sentir importante. Seguramente ni siquiera ha tenido que recordarle que su demarcación está a salvo de las garras de
Vinícius y
Mbappé, que bastante tienen ellos con no incordiarse porque la posición natural de ambos coincide en la banda izquierda, donde también podría jugar él, que, además, se desenvuelve con soltura en la zona del “9”. Le cuesta menos moverse por ahí que a sus mediáticos compañeros.
Rodrygo da las charlas en el campo, a base de regates asombrosos, “asistencias” y goles. No le pitan. Le aplauden. No es el patito feo, ni invisible.
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