En los Juegos Olímpicos no se reparte dinero a los campeones, pero se reconoce la excelencia deportiva. Se priorizan las experiencias vitales y durante un día se vuelve al ciclismo del siglo pasado, sin pinganillo, con cada corredor haciendo su propia gestión de la carrera con la ayuda de los motoristas portando las pizarras de las diferencias de tiempo. Y en ese escenario,
Remco Evenepoel (24 años) demostró moverse como nadie, siguiendo su instinto, como se hacía en los inicios, para llevarse su segunda medalla de oro de los Juegos de París tras la conseguida en la contrarreloj. Nunca nadie había logrado un doblete como este en uno de los deportes fundadores del olimpismo y el belga lo hizo con una exhibición estratosférica después de 270 kilómetros de agonía.
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