Curiosamente, la canción icónica potosina por excelencia, interpretada a voz de tenor por Jorge Negrete, dedica la mayor parte de su letra a los diez estados que circunfieren al de San Luis Potosí.
Cuenta la leyenda que esta pieza se la encargó el mismísimo Gonzalo M. Santos, tiranuelo local, al también mismísimo Pepe Guízar, gran compositor mexicano, quien de mala gana la terminó, pues “el viejo malvado” lo mandó encerrar hasta que lo hiciera.
Por eso no es de extrañar que dicha canción, que por cierto es muy emotiva y alegre, se refiere más a las entidades colindantes que al fantástico estado al que está dedicada, donde huelga decir que no se paró ninguna águila sobre ningún nopal, al menos no la que se suele representar “en el lienzo tricolor”, devorando a una serpiente y que simboliza la fundación de la gran Tenochtitlán, hoy CDMX, según los cánones nahuatlacas, en el “Año de Nuestro Señor 1325”. ¿En dónde, manito?
Pues bien, luego de 70 años de este curioso y finalmente afortunado suceso, y 25 después de mi primera incursión en tierras potosinas, en 2018 me tocó desembarcar en el “cuarto de guerra” del nieto de Salvador Nava y junto con una estrategia integral para liberar a esas tierras, de villanos más elementales, vulgares y rapaces, que gozaban de una gran aceptación popular, pues además de embolsarse el dinero de las arcas municipales, regalaban garrafones de agua dizque purificada, tortillas “acedas” y despensas al por mayor, lo que les granjeaba la resignación de quienes los padecían.
“Rompe el silencio” fue el grito de guerra, el título de otra nueva y popular canción y el eje rector de una campaña que pretendía poner fin a la corrupción y el abuso de los Gallardo, pero sobre todo a la indiferencia y cierta especie de complicidad de una sociedad que padecía el síndrome de la mujer maltratada y no se animaba a romper con aquello que tanto la lastimaba.
Una campaña que empezó con más de 20 puntos en contra y terminó ganándose con ese mismo margen a favor del opositor Xavier Nava, quien hoy despacha como presidente de la capital del estado donde su abuelo hizo historia, dos veces como alcalde y otras dos como candidato a la gubernatura, de la que fue despojado por la vía del fraude.
Fue en ese mismo cuarto de guerra en el que propuse “La marcha de la paz”, que me hiciera recordar aquella primera en la que participé alguna vez en esa ciudad.
Ahí estaban Lozano Armengol, Sebastián Pérez y Óscar Valle, también Marcelo de los Santos y Alejandro Zapata, juntos en la misma mesa en torno a Xavier.
Ahí se escribió un nuevo comienzo para una ciudad que al fin despertó con ganas de serle fiel a su propio pasado de dignidad, valentía y lucha ciudadana.
Veremos y contaremos si el nieto consigue la hazaña que el cáncer y el dolor le negaron
primero a Salvador Nava y luego a Conchita, su viuda, quien ahora supera los 102 años de vida y en un par podría ser, además de protagonista, fiel testigo del gran desenlace de una historia digna de contarse y sobre todo de ser vivida.
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