Desde los primeros movimientos obreros y campesinos surgidos por la ausencia de justicia social en nuestro país en los albores del siglo XX, y que a la postre dieron pie a la Revolución Mexicana; hasta las recientes movilizaciones de activistas, defensores del medio ambiente, de los derechos humanos, feministas, familiares de víctimas y desaparecidos, entre otras causas; son ya más de cien años de luchas sociales en nuestro país.
Podemos percibir algunos avances innegables en materia de democracia, estancamientos y hasta retrocesos en materia de seguridad pública, y peligrosos coqueteos con los regímenes autoritarios de la década de los años 70.
En los tiempos actuales hemos presenciado actos políticos que, más que de autoridad, han sido de libertinaje, más propio de la desmesura y el ejercicio absoluto del poder que de libertades democráticas.
Todo ello en detrimento de las fortalezas ciudadanas que el estado debería propiciar y fomentar respecto a la construcción de capacidades cívicas en torno a la constitución de las bases para la convivencia social civilizada.
Uno de los aspectos de sumo interés político es el que se refiere a la diferencia que existe entre la actuación con base en la ley en lo relativo a las definiciones y delimitaciones de lo que se debe y se puede hacer cuando se es funcionario. Nos remite al tema de la transparencia en el ejercicio de funciones y recursos y, más allá de eso, a la pertinencia de las decisiones en el manejo del erario. Es aquí que cabe hablar del affaire desafortunado del dispendio en el gasto para combustible realizado por el ya cuestionado jefe de gabinete. Se trató de Un acto impertinente que sobrepasa los límites de la lógica del poder y la coherencia de la probidad.
En ese sentido, como estado y sociedad hemos fallado, porque hemos sido omisos y permisivos. No hemos comprendido cabalmente el concepto más elevado de la libertad, esa que Rosa Luxemburgo definió: “La libertad que es sólo para los partidarios del Gobierno y solo para los miembros de un partido, no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para quien piensa de manera diferente”.
De esa manera, planteamos que La Libertad es, sin lugar a dudas, el estado ideal del ser humano. Entendida como la oportunidad inalienable que tienen los ciudadanos para expresar su ideas; de estar y transitar por el territorio, actuando de acuerdo a sus convicciones, bajo un marco de responsabilidad y respeto a los demás; la libertad permite que el ciudadano alcance la plenitud y el desarrollo integral e integrador con sigo mismo y con sus conciudadanos.
O, como bien lo dijera la astuta, audaz e inteligente Libertad, amiga de Mafalda, en la comprensión de que Libertad es, entre otras cosas, el ejercicio de consumir y asumir -o no- lo que el mundo ofrece.
Todos tenemos derecho a proponer y a ser aceptados, rechazados, cuestionados, olvidados o criticados. La libertad significa el más elevado derecho a la indiferencia o la pleitesía...
Y así las cosas, los gobernantes creen que lo tienen todo y a su absoluta disposición al sentirse dueños de todo su poder. No les queda claro que tan solo son administradores de la riqueza pública y qué actos como el referido atenderán contra el más elevado sentido de la justicia, la equidad y la igualdad. Los ciudadanos de a pie ya no queremos excesos y libertinajes políticos.
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