En México, durante la Colonia, el español trató de apuntalar su hegemonía sobre los demás grupos de población —indios la inmensa mayoría, algunos negros— a través de un sistema de castas que pretendía conservar su pureza, heredada de España. Prohibió el matrimonio con negros y propició el clima para evitar el matrimonio con indios. Pero no lo consiguió, en parte por la escasa inmigración de mujeres españolas y en parte por los estrechos y cotidianos contactos que mantenía con los indios y los negros, los cuales a su vez, ante la carencia de mujeres negras, buscaron ellos mismos a las indias. La pintura de castas registra esa jerarquía de la sociedad en la Nueva España. Los blancos, entonces, ocupaban el rango más alto; los negros, el más bajo, pues los indios estaban protegidos por la Corona. Los maestros José de Ibarra y Juan Rodríguez Juárez, entre otros, ilustraron en sus pinturas las castas intermedias: negro con español, mulato; negro con indio, chino; mulato con chino, lobo; mulato con español, cuartero; cuartero con español, saltapatrás (ese es el sentido de saltapatrás: implica para los cuarteros un ascenso, pero para los españoles, una caída).
La población negra de México, a pesar de su importancia, reflejada en la pintura de castas, no tuvo nunca la densidad que tuvo la de Cuba y la de Brasil. Allá los negros pudieron conservar, por ejemplo, sus creencias religiosas: en la santería y el candomblé. Aquí no. “El negro no pudo reconstruir en la Nueva España las viejas culturas africanas de que procedía”, escribe Gonzalo Aguirre Beltrán. “A diferencia del indígena que, reinterpretando sus viejos patrones aborígenes dentro de los moldes de la cultura occidental, logró reconstruir una nueva cultura indígena, el negro sólo pudo, en los casos en que alcanzó un mayor aislamiento, conservar algunos de los rasgos y complejos culturales africanos”. Ellos fueron identificados por él en su libro Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo negro, concentrado en la población negra de la sierra de Guerrero. Aislada, sin caminos, Aguirre Beltrán pudo descubrir en ella la herencia de sus antepasados en África. “Es posible identificar como africanos algunos hábitos motores, como el de llevar al niño a horcajadas sobre la cadera o el de cargar pesos sobre la cabeza”, señaló. “También es demostrable la asignación de un origen africano al tipo de casa-habitación llamada redondo, que tomaron en préstamo los grupos indígenas amuzga, mixteca y trique”.
Gonzalo Aguirre Beltrán mostró la importancia de los negros en la formación de nuestra raza, pero no consiguió poner el tema en el centro de la reflexión sobre nuestra idiosincrasia. Tampoco lo consiguió, más tarde, Guillermo Bonfil Batalla. La ideología del nacionalismo mexicano no permite, todavía, que los datos de la ciencia sean asumidos por las conciencias, incluso por las más ilustradas. Hablamos de la llamada tercera raíz, pero no vemos la pintura de castas como un registro de lo que fuimos. “Los estudios existentes sobre los inmigrantes africanos señalan que los mexicanos somos descendientes de ellos en mayor o menor grado”, señala la antropóloga Blanca Lara Tenorio, “aunque ciertamente ésta es una afirmación que muy pocos ciudadanos aceptan”.
Investigador de la UNAM (Cialc)
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