Hagámonos una pregunta, antes que nada: ¿hay individuos sanguinarios y peligrosísimos en este país? ¿Sí o no? Una vez respondida la cuestión, formulemos otras interrogantes: ¿qué se hace con esa gente? ¿Cómo logramos que no sigan asesinando a otras personas? ¿Cómo conseguimos que dejen de extorsionar a pequeños comerciantes o profesionistas modestos?¿Cómo impedimos que siembren el terror en comunidades enteras?¿Cómo acabamos con la atrocidad de esos cuerpos descuartizados que dejan tirados en las calles de nuestras ciudades para exhibir insolentemente su ferocidad y amedrentar a sus adversarios? Dicho más crudamente, ¿cómo acabamos con tan espeluznante plaga?
Ocurre también que esos sujetos no se quedan quietos en un rinconcito sino que cuando vas a buscarlos te atacan. Sabemos, además, que intentan dominar nuevos territorios y que les interesa en todo momento expandir sus campos de acción, a costa de todo. O sea, que están peleando. Ahora mismo. Están librando una cruenta batalla contra cualquier rival que pueda disputarles su poderío territorial y están desafiando abiertamente a las mismísimas fuerzas de seguridad del Estado mexicano.
Es decir que, en los hechos, son enemigos. Son, más precisamente… el enemigo. Un adversario al que hay que vencer si a lo que aspiramos es a no vivir ya en una nación bárbara y ensangrentada. México, esta patria nuestra, tendría que ser una tierra civilizada y no ese escenario cotidiano de escalofriantes horrores que nos llena a todos de espanto.
El primerísimo responsable de acometer la tarea de brindar seguridad y protección a los ciudadanos es el Estado. Y el gran tema, justamente, es saber cuáles habrán de ser las acciones que habrán de emprender nuestros gobernantes, a todos los niveles, para acabar ya con esta siniestra realidad. Nadie discute, a estas alturas, cuáles puedan ser las causas profundas del problema y al final del camino aparecen siempre la educación, la justicia social y el bienestar como soluciones primigenias al problema. Pero, por lo pronto, hay un enemigo armado y amenazante, lo repito, que ya está ahí, y que sigue causando bajas, todos los días, en las fuerzas que se disponen a hacerle frente. ¿No nos resulta lo suficientemente claro todavía?
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