Donald Trump está enfrentando el proceso de impeachment con todas sus fuerzas, sin miramientos y arriesgándolo todo. El Presidente y buena parte de los republicanos (que tienen miedo a perder su popularidad si no argumentan a favor de Trump), están en modo de ataque. ¿Hasta dónde podrán estirar la liga? ¿Será suficiente para pasar la página y convencer a los norteamericanos de que la llamada telefónica de Trump con el presidente de Ucrania, en la que le pide que investigue a su contrincante electoral Joe Biden, no es lo suficientemente grave como para juzgarlo y menos para destituirlo?
Una de las líneas argumentales que están utilizando es la de la “broma”. No es la primera vez que los defensores de Trump alegan que el magnate tiene un cierto estilo, y que en realidad muchas veces exagera o dice frases para ilustrar algo, pero no de manera literal. Por lo tanto, argumentan que cuando dijo en público y ante los medios de comunicación que China también debería investigar a Biden, no hay pecado político porque simplemente estaba bromeando. ¿En serio? ¿Un jefe de Estado, el más poderoso del planeta, el líder del mundo libre como a veces lo llaman, diciendo una broma sobre un tema tan delicado y sin reírse mucho que digamos? Los republicanos más moderados quizá no se crean ese cuento, pero el artilugio es efectivo y ayuda a mantenerlos a ellos (sobre todo a los legisladores), seguros en su distrito, dándole por su lado a los fans de Trump.
Apunte spiritualis. Pero además de esta narrativa, siguen tratando de enfocar la cuestión en Joe Biden, de quien no se ha probado absolutamente nada, mientras que de Trump se tiene una llamada y unas palabras en video. Además, la Casa Blanca decidió que no va a cooperar con el Congreso, es decir, no enviará la información que se le pide, y que por ley los legisladores tienen derecho a solicitar. El gobierno dice que las acusaciones son ridículas y sin mucho sustento legal, por lo tanto hay una afrenta directa al poder legislativo.
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