La manera en la que usamos los dispositivos a los que tenemos acceso habla de la forma en la que nos relacionamos con el mundo.
Un claro ejemplo es cómo conducimos y el uso que le damos al vehículo que nos mueve de un lugar a otro.
Mientras más grande, nuevo o lujoso sea, crece la sensaciones de poder y con ello el afán de disponer de cualquier cosa sin pensar en las implicaciones.
Mi ruta diaria mañanera es la carretera Torreón-San Pedro, a la altura de diversos centros educativos donde cientos de jóvenes y niños acuden a estudiar.
Aquí los trabajadores de la construcción y las mujeres dedicadas al servicio doméstico se echan a correr despavoridas para cruzar la vía ante el peligro de que una “camionetona” los pueda atropellar.
Observo con asombro y a veces enojo, que a pesar de que patrullas de tránsito están monitoreando la velocidad, los conductores no muestran un mínimo de consideración hacia aquellas personas que están en una condición de mayor vulnerabilidad, es decir las que van a pie, usan bicicleta o moto.
Por la tarde es la hora de salir a comer o pasar por los hijos a la escuela. Se nota la impaciencia por llegar a casa, la excitación y la ansiedad que genera la prisa.
Se rebasa por la derecha, no se ponen las direccionales, se intenta ganar el paso aunque el resultado sea terminar en el mismo semáforo.
Por supuesto la situación empeora los fines de semana después de la media noche. Se conduce con unas chelas encima porque las maniobras son más arriesgadas y la velocidad incrementa.
Como resultado, del 1 al 30 de septiembre se han registrado 17 muertes por accidentes viales.
Tan sólo en este fin de semana hubo cinco fallecimientos en los que el consumo de alcohol fue la causa. (Milenio, octubre 2019).
Aunque se impulsen acciones desde los gobiernos para evitar hechos lamentables es importante reparar en qué circunstancias nos mueven a actuar de manera violenta y disponer así de los demás. Usar un auto es un privilegio que está costando vidas.
Todo poder por pequeño que parezca implica una responsabilidad.
Es momento de repensar la colectividad y el uso que le damos a nuestros privilegios.