Concibo a Enrique Garnica como una tremenda máquina creativa… imparable, perseverante; un artista total con garra y lucidez. Así ha ocurrido durante 4 décadas de trabajo ininterrumpido (y cada vez más preciso y fiero a partes iguales).
Y es que en un momento de su vida el arte le llegó como una revelación -casi como uno de los baños con agua helada de su infancia-. Su inserción en el mundo de las artes gráficas y la publicidad sembraron una impronta que inicialmente comenzó con un ejercicio plástico bautizado con formas geométricas, al estar en compañía de colegas que también comenzaban el viaje estético. Hoy pueden sorprender a sus actuales espectadores esos referentes a la cultura Pop que se aprecian en sus primeros trabajos, pero bien puede decirse que su proceso de formación y trabajo fue progresivo, hasta que pocos años antes de la llegada del año 2000 se diera una fuerte eclosión creativa e ideológica que llevaría su figuración al encuentro de lo monstruoso, por una parte, y a una marcada influencia de referencias prehispánicas -casi como si unos alienígenas ancestrales viajaran con Garnica y Goya a través del tiempo y el espacio-. En 2019 prepara Clones, una retrospectiva de gráfica, y se enfrenta a constatar que su acervo es muy grande, por lo que, en estrictu sensu, obedece más a unas Obras reunidas, a una Selección personal e incluso a un gabinete de recuerdos inventados. La obra de Garnica es a todas luces una experiencia mutante que transita por épocas, estilos e iconografías; él tiene la sapiencia para fundirlas en un todo expansivo que fascina e increpa a partes iguales. No se puede ser indiferente ante un Garnica… nunca.
Nota.- Este es un fragmento del texto que acompaña a la exposición que se inauguró ayer en el Fundación Arturo Herrera Cabañas; no se la pierda.
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