Antonio Muñoz Molina escribe sobre los hermanos David y Charles Koch, tan ricos como discretos. Muy poca gente sabía de ellos —dice en el suplemento Babelia del 21 de septiembre— cuando en 2016 se publicó Dark Money, de Jane Mayer, “un estudio valiente y riguroso” sobre cómo desde principios de los 70 “unos cuantos multimillonarios” financiaron el vuelco teórico y político que llevó al desmantelamiento de las conquistas sociales (y) a las bajadas de impuestos masivas a favor de los ricos”. Entre ellos destacaban los Koch, quienes “llevaban décadas financiando cátedras universitarias, centros de estudios, campañas políticas, toda una maquinaria formidable dedicada a un único objetivo: el descrédito y la anulación de la capacidad reguladora y redistribuidora del Estado, y de cualquier límite fiscal, social o medioambiental a la explotación de los recursos naturales y al enriquecimiento de los más ricos”.
El pasado agosto apareció Kochland, un libro dedicado exclusivamente a estos hermanos —uno de ellos muerto hace poco— “que da más miedo todavía”, comenta Muñoz Molina: “Han gastado centenares de millones en financiar campañas de candidatos extremistas hostiles a los impuestos, a los derechos sindicales y a cualquier tipo de control de emisiones de gases de efecto invernadero. (…) A fuerza de dinero y de tráfico de influencias, hicieron fracasar la ley de protección ambiental bastante moderada que promovió Barack Obama en su primer mandato”.
No está sola
Después de leer el artículo del autor de La noche de los tiempos, el cartujo se queda pensando: a quién puede interesarle el descrédito de la activista Greta Thunberg, echar tierra sobre sus opiniones, desvirtuar su apasionada lucha contra el calentamiento global. Los cuestionamientos en su contra surgen desde la academia, el periodismo y la política, como si sus palabras no tuvieran ningún sustento, como si fueran exageradas fantasías, como si no existieran suficientes evidencias y estudios científicos acerca de las causas y consecuencias del cambio climático, como si la deforestación, la contaminación de ríos, la acidificación de mares, el deshielo de los polos y el envenenamiento del aire no fueran una preocupante realidad, para ella y para todos. Greta no es una científica ni pretende aparentar serlo; es una adolescente, valerosa y llena de preguntas, cuyo activismo ha inspirado a muchos otros jóvenes en el mundo, algo inquietante para quienes no suelen defender sino sus propios intereses, o no quieren ver más allá de sus narices.
En el sitio digital del programa de radio y televisión Democracy Now!, transmitido desde Nueva York, aparece la transcripción de una entrevista de la conductora Nermeen Shaikh con el periodista David Wallace-Wells, autor de El planeta inhóspito. La vida después del calentamiento (Debate, 2019), una rigurosa indagación, con fuentes acreditadas, en torno a los efectos del cambio climático. Al preguntarle del activismo de Greta, Wallace-Wells responde: “Ha prestado un servicio increíble al planeta, y no está sola. Todos los niños que se están movilizando en este asunto tienen una estatura moral increíble que nos avergüenza a los adultos, a sus padres y abuelos, por lo que hemos hecho y seguimos haciendo. El activismo que ha inspirado es emocionante, realmente estimulante”.
Rumores y odio
En Cambiemos el mundo (Lumen, 2019), Greta incluye un texto publicado en Facebook el pasado 2 de febrero, donde escribe: “Últimamente he visto circular muchos rumores sobre mí y un odio enorme. No me sorprende”. No solo hay desinformación acerca del cambio climático, también interesados en negarlo o minimizarlo.
Greta explica cómo en 2018 ganó un concurso de redacción sobre medio ambiente organizado por un periódico sueco; cuando publicaron su texto, varias personas la contactaron, entre ellas Bo Thorén, líder de “un grupo compuesto sobre todo por jóvenes que querían hacer algo por la crisis climática”. Asistió a algunas reuniones y después decidió iniciar una huelga estudiantil por su cuenta frente al parlamento sueco; para promocionarla repartió folletos y la anunció en Twitter e Instagram, la noticia se hizo viral y comenzaron a llegar curiosos, periodista y activistas del movimiento climático como el empresario Ingmar Rentzhog. Desde entonces, su influencia no ha dejado de crecer.
“A mucha gente —dice Greta— le gusta hacer circular rumores sobre que hay alguien ‘detrás de mí’ o sobre que me ‘pagan’ o me ‘utilizan’ para hacer lo que hago. Pero ‘detrás de mí’ solo estoy yo misma”. “Y hago lo que hago —continúa— de forma totalmente gratuita. No he recibido dinero ni ningún tipo de promesa de futuros pagos. (…) Y, desde luego, seguirá siendo así”.
Greta escribe sus discursos, aunque con frecuencia los somete a la consideración de otras personas. “También cuento con la ayuda de científicos a la hora de explicar cuestiones más complicadas. Quiero que todo sea extremadamente preciso para no difundir información errónea o cosas que puedan ser malinterpretadas”, dice con su estilo seco, directo, segura de su quehacer.
Muchos la atacan, otros, quizá más, la defienden y admiran, como J.M.G. Le Clézio, quien escribió: “Greta habla para ella, para su generación, pero también para sus hijos y, más allá de los seres humanos, para la Tierra entera, en su preciosa y frágil belleza. Escuchémosla. Tal vez todavía estemos a tiempo”.
Queridos cinco lectores, con el corazón triste por la muerte de El Príncipe de la Canción, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.