No soy en ningún sentido un cinéfilo, pero Joaquin Phoenix es uno de mis actores preferidos. La banda de punk-rock de la que formo parte se llama Docsportello, en honor a su personaje de la novela de Thomas Pynchon llevada al cine por Paul Thomas Anderson, y el falso/no-falso documental que hizo sobre su retiro de la actuación e intento por incursionar en el hip-hop es de lo que más me ha impactado en fechas recientes.
Por todo lo anterior, aunque en general soy enemigo de las películas de superhéroes, precisamente porque más allá del bodrio que suelen ser, su narrativa es perversa en términos políticos (la de Batman donde Heath Ledger es el Guasón es básicamente una apología de coartar las libertades civiles para luchar contra el terrorismo), estoy esperando para poder ver Joker. Sin embargo, las reacciones iniciales que he visto me parecen un comentario cultural muy representativo de la época, sin por supuesto haber visto la película, pues aún no ha salido.
Casi todas las reseñas que he leído se quejan de que Joker glorifica la violencia perpetrada por el perdedor solitario que, tras considerarse suficientemente humillado por la sociedad, se entrega a la venganza por las afrentas recibidas. Se señalan las estadísticas de matanzas aleatorias para apuntalar la irresponsabilidad de filmar una película como esta en los tiempos actuales. Se trata, en general, de una crítica bastante similar a la que se realiza desde el punto de vista sociopolítico a las películas de Tarantino.
Sin embargo, lo que esta crítica obvia son las razones estructurales que convierten en una realidad tanto plausible como cinematográfica que existan masivamente este tipo de individuos. Es muy sencillo enarbolar desde el púlpito virtual todas las causas correctas para presentarnos como personas tolerantes, plurales, abiertas, que si lograran convencer a suficientes miembros de la sociedad de emularlas, alcanzaríamos finalmente el País de las Maravillas que tanto anhelamos. Lo que es más difícil, en mi opinión, es realmente procurar ponerse en el lugar de un otro radicalmente distinto. En ese sentido, la cólera que genera una película como Joker se enfoca en la lectura de su subtexto, y no en la realidad que retrata o, en última instancia, pudiera contribuir a producir. Claro que es nocivo glorificar la violencia, pero por qué no habríamos en todo caso de ir un paso más atrás y cuestionar la narrativa social que cuando menos abona a producirla. La indignación pública perpetua tiene desde luego muchas aristas, pero una de las más claras es que permite siempre considerarse excluido de los males que nos indignan una y otra y otra vez.
