Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador habrá de mantener un significativo respaldo popular, los resultados de su gobierno ya se perfilan: por su propia causa y razones se avizora un significado fracaso. Ha corregido, pero ha sido tarde e insuficiente. La economía difícilmente y en el mejor de los casos habrá de llegar a la cifra que con tanta vehemencia criticó (desde luego que el Presidente tiene otros datos). No es que los empresarios le hayan tomado el pelo, simplemente no generó las condiciones de confianza, fácil de perderse, complicado y mucho recuperarla. Es evidente que para López Obrador generar riqueza es inmoral.
La inseguridad se ha incrementado. La violencia se ha desbordado en varias regiones del país, algunas de ellas gobernadas por sus correligionarios del Movimiento de Reconstrucción Nacional. El presidente ha desalentado a quienes más necesita para combatir al crimen. A la PFP la desapareció, el Ejército y la Marina han quedado expuestos por la falta de apoyo de su comandante en jefe, quien cree en su prédica moral es el medio para someter a los criminales. La delincuencia gana terreno ante la indolencia gubernamental. El Poder Judicial también queda expuesto ante la intimidación de los criminales. Es evidente, para López Obrador el uso legal de la fuerza en inmoral.
La corrupción continuará. La austeridad del Presidente no significa que se esté ganando la batalla. Las asignaciones de obra sin concurso propician la corrupción. Desmantelar o disminuir a los órganos autónomos, también. No es buena señal que las fuerzas armadas se hagan cargo de obra pública en un contexto de opacidad y discrecionalidad. La corrupción se debe atacar desde muchos frentes. La sanción ejemplar debe hacerse presente. No está ocurriendo y el ataque contra la impunidad se entrevera con el ánimo de venganza. La doble moral es evidente. Desde el púlpito presidencial se quema en la hoguera a funcionarios ejemplares del pasado y se exonera a los aliados en cuestión. Es evidente, para López Obrador su austeridad es el triunfo final contra la venalidad y la inmoralidad.
Ciertamente, el Presidente mantendrá durante buena parte de su gestión una importante popularidad en la medida de que el repudio al pasado sea la absolución generosa a las fallas del presente. Desde ahora cede el optimismo y las buenas cuentas se alejan del horizonte. La elección de 2021 habrá de regresar el pluralismo a la Cámara de Diputados y el Presidente estará obligado a negociar, habilidad que no tiene. Es evidente, para López Obrador el acuerdo es inmoral.
Llegará el momento de recoger los platos rotos del México de la ilusión perdida. Una economía decadente y desarticulada. La violencia ganando terreno y la impunidad también. Tiempo perdido. Un país hundido en la mediocridad por diseño del gobernante. Lo más preocupante será el deterioro institucional, el desánimo, la división y el encono. Sentimiento de culpa de quienes callaron y rencor de los engañados y también de quienes fracasaron a manera de eludir la culpa propia.
Un nuevo consenso ahora sí de reconstrucción nacional será indispensable. Muy diferente a lo de ahora, porque lo que más se requiere es lo que más se niega: institucionalidad, inclusión, legalidad y libertades. Un consenso a partir de la pluralidad y las diferencias, que son la realidad el país. El país habrá tocado piso y quedará por saber si se habrá aprendido la lección: que no hay soluciones mágicas, que los problemas se resuelven con el esfuerzo de cada cual desde su propio espacio y con la ley en la mano. Que hay que combatir la corrupción en todos los frentes y sin concesiones para que el agravio no sea caldo de cultivo del populismo y la polarización. Entender que las libertades, el debate, la crítica y el escrutinio al poder impulsan no frena su mejor ejercicio.
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