Sin la capacidad mexicana para asimilar lo inadmisible, es adecuado pensar que la historia de este país pudo ser más decente. La ligereza con la que se le resta importancia a nuestras barbaridades afecta las peores tragedias, y las bases que deberían sostener la salud de la vida pública. Esas no aparentemente graves a las que nos hemos acostumbrado. Las distintas estructuras del gobierno mexicano no tienen, a esta altura, derecho a la irresponsabilidad de envolverse en la liviandad.
Es evidente que la pérdida de la frontera de la responsabilidad no es privativa de la actual administración en Palacio Nacional, pero es desde la tribuna máxima del país donde hoy se valida el ejemplo. La autoestima del Presidente debería notar que aquello aplica sobre todo para lo negativo.
Minimizar la relevancia de una investigación periodística sobre el político más opaco y cuestionable que se mantiene activo en el servicio público, levantar dudas al vapor sobre un juez en retiro y hacer mofa de una organización dedicada a investigar la corrupción —cuyo trabajo ha sido más que probado— comparten la desfachatez de dos partidos políticos que espetaron una serie de amenazas para desaparecer los poderes en diversos estados. La falta de seriedad en la política mexicana se gesta con la naturaleza de su frivolidad.
La irresponsabilidad inmersa en la pérdida de nociones de consecuencias, supone su anulación. Solo que el efecto de la vida sin consecuencias es la vida sin capacidad de contener el daño.
Fascinado por su propia retórica, el Presidente desecha la demostración. Se queda en las afirmaciones que terminan por deslegitimar las pruebas y alimenta una sola ruta de percepciones, sin ocuparse de las demás. Es decir, en buena medida, sin hacer gobierno. Frente a la opacidad de sus cercanos o el trabajo de sus adversarios, defiende la percepción de sus filias antes que la duda en beneficio de los intereses del Estado.
Como le gusta a nuestra historia, cada uno a su manera, volvemos a ver en la cabeza del Ejecutivo mexicano a un hombre que desprecia la duda y, por ende, el ejercicio intelectual.
Con un mínimo de responsabilidad, haría bien el Presidente en dejar esa insistencia en quedar bien, ya sea con sus partidarios o sus incondicionales, e intentar quedar bien con la consciencia que tanto ha ofrecido.
En la política mexicana, la ligereza se traduce en la sobresimplificación de lo complejo. Alejarse de la complejidad de las acciones y llevarlas a la reducción de lo simple no hará las cosas más sencillas. Si acaso, limitará la posibilidad de entender y de formar un país que no puede seguir dándose el lujo de tener gobiernos limitados.
La pérdida de significado en conceptos tan básicos para la vida política de un país, como lo son la responsabilidad y el mismo Estado, alienta a creer que éstos pueden ser sustituidos por los valores efímeros de la aceptación mayoritaria. Así, si un gobierno es popular cree que su irresponsabilidad es responsable. Ya no se intenta legitimar por sus acciones como por un instrumento de mercado, la popularidad.
La evidencia nunca será suficiente para quien no esté dispuesto a aceptarla, pero no olvidemos que el creyente no sabe: cree.
@_Maruan