Avasallados por la violencia delincuencial y la incertidumbre política y económica, poco pensamos cuánto ha mermado la fuerza cívica y moral que la nación requiere para hacer posible que la vida en común sea ordenada, productiva y justa.
Es urgente la formación y el fortalecimiento colectivo e individual de los valores cívicos y éticos, que sin intransigencias ni patologías, nos concienticen de que sólo a través del estudio y el trabajo, la disciplina y el esfuerzo, el respeto y la tolerancia podremos reconstruir al país.
Samuel Ramos y Octavio Paz señalaron que los obstáculos que debemos vencer son nuestras características negativas.
Ramos escribió que son: “El complejo de inferioridad por la disparidad entre lo que se quiere y lo que se puede; la imitación extralógica y deficiente; la pedantería como disfraz y la falta de rigor y disciplina para pensar”.
Paz, dijo que son: “Los sentimientos de orfandad, soledad y búsqueda de la identidad. Que los mexicanos nos mentimos a nosotros mismos y carecemos de metas e ideas definidas”.
El síndrome descrito, se ha agravado exponencialmente y no le prestamos atención. No reparamos en que la ruina de los valores nacionales corre aparejada con la devastación de la ética personal.
No puede existir una sociedad ordenada, honesta y laboriosa si los valores cívicos son sistemáticamente reprimidos.
La corrupción, la desigualdad inhumana y crónica, la impunidad burda, el desastre de la educación pública, la violencia de los miles que militan en la delincuencia y la economía contagiada y nutrida con recursos ilícitos, reprimen, necesariamente, toda idea y anhelo de perfeccionamiento individual y social.
En este trágico escenario es raro quien pueda actuar por amor a la patria, por acatamiento a las leyes y por el respeto a la vida y la dignidad de sus semejantes.
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