Como siempre pasa cada que el VIH asalta el debate público, los putos tomamos la delantera.
Por lo visto, los homosexuales seguimos, y seguiremos, siendo los eternos pacientes cero en la historia del virus.
Ayer se hizo un evento para anunciar el cartel de la 41 marcha del orgullo Lgbttti de la Ciudad de México, un póster en el que aparecen varias de las denominadas personalidades del perímetro de la diversidad sexual chilanga que ejecutan pasos de baile sobre la frase "¡Que no te bailen con tus derechos!", en una especie de recreación millennial del famoso Baile de los 41.
El lanzamiento del cartel me agarró por abrupta sorpresa, como si viera un capítulo repetido de Twin Peaks, de esos que aun cuando estás seguro de saberlo de memoria, terminas descubriendo que algo se te había escapado y tal hallazgo, por pequeño que sea, es capaz de multiplicar tus lecturas hasta acorralarte en un surrealismo individual sin más lógica que tus propias conclusiones.
No hace mucho, en este mismo espacio, publiqué un texto sobre lo mucho que me había sorprendido el cartel de Reyna Pelcastre Reyes, cuya ilustración en la que explotaba el color del emblemático arcoíris con fisonomías minimalistas, me recordaba la icónica portada del Greatest hits del 2000 con los integrantes de Blur retratados por Julien Opie y cómo eso refrescaba la narrativa del activismo gay de los últimos años, desde que el matrimonio igualitario monopolizó el punto de fuga de los derechos Lgbttti, al reprochar otros temas de la agenda.
¿Qué implicaciones tenía la aparición del nuevo cartel? Adrián Garfias, director de Bearmex, de las asociaciones de osos con más afiliados de México e involucrado en el último cartel anunciado, me lo explicó sin rodeos: en la Ciudad de México, desde 2012, no existe un comité oficial organizador de la marcha. En teoría, cualquier comité es bienvenido a participar, convocar a los contingentes que consideren apropiados y presentar su propio cartel que de algún modo represente sus convicciones.
Sin ánimos de herir susceptibilidades y con la cruda sinceridad que me brinda no ser activista, puedo confesar que me gustó más la propuesta de la ilustración que de acuerdo con las pesquisas, cargadas de pasiones egocéntricas, me entero, quizás con imprecisiones, que corresponde al comité de Patria Jiménez.
La diversidad de comités me parece un síntoma sensato de un movimiento que supuestamente defiende el orgullo de la diversidad como estrategia para oponerse a la hegemonía de la especulación moral de los bugas que a huevo quieren hacer de la convivencia social un jardín de acuerdo a sus represiones.
Este iba a ser un texto sobre al anuncio del nuevo paradigma para el VIH de México, recientemente anunciado por altos especialistas en el tema, que plantea nuevos procedimientos administrativos para la compra de antirretrovirales de última línea, a precios mucho más bajos en comparación con los que actualmente se consiguen y cuya pésima estrategia de comunicación, aunada a la incomodidad que provocan estos temas en López Obrador y la repentina renuncia de personajes claves de Censida, propiciaron el atraso en la compra de antirretrovirales y un clima de incertidumbre que no pocos aprovecharon para politizar el activismo de por sí fragmentado.
Pero lo del cartel me obligó a posponer el tema. Con el anuncio del último cartel surgieron en las consignas que apelaban a una, según entiendo, inexistente oficialidad en la organización de la marcha. Las acusaciones en ambos sentidos sobre nepotismo, malversación de fondos y conspiraciones acaparan las historias de ambos carteles cuando vivimos un momento crucial en el que todos los comités deberían aprovechar la situación de los antirretrovirales para volver a poner el VIH al centro de la marcha y no tanto la conmemoración del Baile de los 41.
Pero quizás esté cegado por mi anacronismo.
Porque la prevalencia del VIH aún está del lado de los hombres cis, nuestro propio pecado original heredado por Gaëtan Dugas, el auxiliar de vuelo canadiense y homosexual conocido como el paciente cero en la cadena de expansión del virus en los setenta del siglo pasado. Casi 50 años después de muerto, Dugas pudo limpiar su nombre cuando el artículo de Michael Worobey para la revista Nature demostró que su ubicación como paciente cero era producto de una trágica confusión químico-semiótica (https:// www.nature.com/articles/nature19827), el estigma fue irreparabale para la historia.
Y por lo visto no es con el único estigma con el que el movimiento gay, y en general el Lgbttti tiene que convivir. La legitimidad de la Marcha del Orgullo de la CdMx sigue siendo un asunto espinoso y tan filoso como para romper cualquier posibilidad de unificación en bien de todos.
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