Una conocida frase dice que lo único permanente en la vida es el cambio.
Esto es cierto y cualquiera que tenga una edad mayor a un cuarto de siglo puede atestiguarlo, sobre todo quienes en estos últimos años hemos vivido dos procesos sociales llamados “globalización” y “revolución tecnológica”, que de la mano, han generado cambios sin precedentes en nuestra forma de vivir y de pensar.
Progreso, innovación y desarrollo, son consecuencias positivas de dicho proceso que en este caso, ha venido acompañado de la inevitable convivencia con otras culturas y estilos de vida, lo que en todo el mundo ha modificado costumbres, tradiciones y verdades que hasta hace poco parecían inamovibles.
Pero como todo, el cambio también tiene su lado oscuro, sobre todo para quienes no pueden o no quieren adaptarse a lo que ellos perciben como “un complicado nuevo mundo”.
Esta percepción genera incertidumbre, inseguridad y a la larga, ansiedad y a veces una forma atenuada de depresión por un sentimiento de obsolescencia personal.
Otra forma de reaccionar ante el cambio, es resistirse a él y refugiarse en los esquemas tradicionales ya conocidos considerados como “seguros”, lo cual equivale al mítico recurso del avestruz, de esconder la cabeza en un hoyo mientras el cuerpo queda expuesto a la amenaza, lo que resulta del todo inútil pues generalmente los cambios llegan para quedarse.
Reconocer y comprender el cambio es quizá la mejor manera para asimilarlo, esto no significa que necesariamente dicho cambio nos agrade o en lo personal nos haya sido positivo, pero es un primer paso para poder fluir en un nuevo mundo que no se detiene aunque a veces así lo queramos.
Las consecuencias de los cambios son impredecibles, e incluso a veces son contrarias a lo que se esperaba o pretendía, tal y como es el caso del giro reciente de la política mexicana que al parecer ha tomado el rumbo de un socialismo más radical, tal vez como resultado de la indiferencia de un modelo económico que descuidó el crecimiento desmedido de la pobreza en México, olvidando que en una democracia los pobres también votan.