A Ricardo La Volpe lo abordé temerariamente, hace ya muchos años, en un restaurante de Toluca. Departía yo con algunos amigos cuando llegó y se sentó a la mesa de al lado. No resistí el impulso de presentarme para, antes que nada, expresarle mi apoyo ante la destemplada embestida de un Hugo Sánchez que se dedicó no sólo a denostarlo fieramente por haber nacido en la Argentina sino que, sintiéndose él merecedor absoluto del cargo de director técnico de nuestra Suprema Selección Nacional de Patabola, cuestionó en todo momento las capacidades de don Ricardo, puso en duda sus conocimientos futbolísticos y le negó la más mínima legitimidad para liderar a los jugadores del Tri.
Hubiera podido el hombre responder con la habitual altanería de los notables pero fue, por el contrario, excepcionalmente amable y amistoso, aparte de buen conversador, a diferencia de otros personajes del universo futbolístico, cuyos nombres me reservo, que exhibieron abiertamente su fastidio de que yo les importunara, así fuere en el ascensor de un hotel o en la fila de embarque al avión. Y, pues sí, hablamos de la desaforada hostilidad de Hugo y un poco más de otros temas.
Más allá de la simpatía personal que me despierta este sudamericano afincado ya como un natural de nuestro país, me convence el estilo de juego que trasmite a sus futbolistas y creo que es un tipo que sabe perfectamente lo que hace. No he visto tal vez mejor partido de la Selección que aquel jugado contra el equipo albiceleste en la Copa del Mundo Alemania 2006, en los octavos de final, perdido por un gol de diferencia en los tiempos extra. Al final de ese año, miren ustedes, fue reemplazado por el antedicho Hugo: la estrategia de acoso y derribo terminó por funcionar.
El asunto es que ayer, justo por mi filiación lavolpista, esperé ansiosamente el desenlace del duelo entre el Toluca y el América del Piojo Herrera, un partido decisivo para los nuevos pupilos de La Volpe en tanto que una derrota los dejaba prácticamente fuera de la liguilla. Y, bueno, se siente ya la mano del flamante técnico. Resistió hasta la absurda prolongación del árbitro. ¡Suerte!.