Cuando leemos una biografía escrita por alguien considerado “ejemplar”, como Vida y destino de Vasili Grossman (Rusia, 1905-1964), pensamos que ninguno de nosotros estaría capacitado para afrontar tales desafíos. Sin embargo, las historias épicas no siempre implican sublevación, o sea, ambientarse en una época bélica para pretender la paz. Hastiados de leer sobre “la vieja escuela” que parece repetirse en cuanto a trama, por ejemplo la enfatización del totalitarismo que acabó con millones de vidas durante el siglo XX, continuamos prestándole atención. Implica hacer un esfuerzo considerable el no ceder a futilidades durante esta era (que pareciera ser razonable o cuando menos orientada) buscando inspiración en otras: testimonios de emigrantes, corresponsales de guerra, exiliados (...).
Frente al escepticismo acerca de la importancia del idioma y de preservarlo, Toni Morrison escribió: “Moriremos. Ese quizás sea el significado de la existencia. Pero tenemos el lenguaje, que es la medida de ella”. El atrevimiento de sugerir un libro, de comentarlo, lleva consigo una responsabilidad ética. “¿Por qué escribo? ¿Qué verdad estoy confirmando? ¿Qué verdad quiero que triunfe?”, cuestiona Gorki respecto al escritor; pero ¿para qué leer? Aquí surge un intercambio entre el creador y quien considera la creación. Analizar a Grossman no implica solo enterarse de la historia soviética, sino además saber de países que también padecieron bajo el mismo régimen sin enfatizar cuánto sufrieron solo “los judíos” con Stalin: el sufrimiento fue total.
Aprovecharse de cualquier inconveniencia para sacar la frustración va volviéndose común; una prueba de ello son los referendos y surgen problemas dentro de un grupo, particularmente en una clase social vulnerable. Cataluña, Escocia e Inglaterra; como México lo ha simulado. A falta de un método asertivo que desarrolle virtudes, la gente diverge entre una elevación espiritual y la perdición moral.
La escritura de Grossman toma una postura que no implica forzosamente desencanto; concilia percepciones y resulta complicado justificar por qué. En el caso de varios títulos las imágenes son las cotidianas, simplemente cambia el enfoque y eso modifica las cosas.
Recuerden lo que dijo Tolstói a propósito de las penas capitales: “¡No puedo callarme!”. Nosotros callamos. Y hubo algunos que dieron ruidosamente su aprobación. Nos callamos durante los horrores de la colectivización general. Nunca debemos precipitarnos al hablar tampoco: ante todo está el derecho a elegir el silencio.