Legitimidad es un ingrediente consustancial al poder. Si bien la legalidad es una condición de acceso al poder, la consideración mayoritaria de lo legítimo de un gobernante, sobre todo democrático, es la diferencia entre ser un gobernante creíble y otro cuestionable. La popularidad es el indicador de la legitimidad. Las más recientes medidas de la popularidad del Presidente actual indica una gran aceptación de su persona y, por tanto, una gran legitimidad de sus actos, aun cuando existen severos cuestionamientos de sectores importantes, claramente minoritarios, en la sociedad, sobre varias de sus decisiones algunas anunciadas y pendientes de ejecución, y otras ya en aplicación.
Vale destacar un argumento cuestionador. Se trata de la crítica al Presidente por establecer juicios, algunos de valor, sobre personas o grupos quienes manifiestan desacuerdos sobre decisiones y afirmaciones presidenciales.
El argumento se basa en la ausencia de fundamentos claros y evidentes de dichos juicios de valor, discursivamente basados en la ubicación política o social de los inconformes. Invalidar un análisis serio basado en datos, realizado por quienes el presidente califica de “conservadores” no es correcto, dicen, pues además de acercarse a una simple expresión de enojo con la oposición, falta, o puede faltar, a la verdad. En cualquier caso, indica superficialidad o, según analistas, abuso de la legitimidad.
Estos intercambios ponen en juego la relación entre poder y verdad. ¿El poderoso está obligado a la verdad? ¿El poderoso puede decir “mentiras piadosas” sobre temas sensibles y potencialmente riesgosos de producir inestabilidades? ¿Qué es más importante en el poder y para el poderoso, la verdad “pura y dura” o el mantenimiento de la paz y la estabilidad social?
Pronunciar una verdad, por ejemplo, sobre las exigencias duras de un país extranjero sobre la economía mexicana, puede desordenar toda la economía nacional.
En cambio, decir un “verdad a medias” que los enterados comprenden bien y los deja tranquilos, evita erosión del poder. Ese es el dilema moral, casi cotidiano, al cual se enfrenta el poderoso.
El poder no se ejerce con solo sinceridad y verdad. La legitimidad es la clave. Esta se mantiene con actos, motivos o creencias capaces de mantener unido al pueblo con el gobernante y sus dichos. Todo esto, sin abusar del poder.