Son cosas que solo pasan en este país donde suele hablarse de guerras que no estallan o las que están y nadie resuelve.
Sucedió en el Capitolio, centro de Caracas. En la sede de la Asamblea Nacional, detrás de un pódium flanqueado por la bandera de Venezuela, un hombre joven agradecía el respaldo de decenas de gobiernos extranjeros a su nombramiento como “presidente encargado” del país.
Lo acompañaban sus compañeros diputados. Y el ingeniero y legislador Juan Gerardo Guaidó Márquez, convocaba de nuevo a movilizaciones –una para exigir el ingreso de ayuda humanitaria y otra el 12 de febrero, Día de la Juventud–, anticipaba que vendrán más nombramientos de sus embajadores en el mundo y pedía el reconocimiento del cuerpo estatal sobre el que no tiene mando: las Fuerzas Armadas.
“¡Vamos bien!”, cerró Guaidó su conferencia ante decenas de medios nacionales e internacionales que transmitieron por internet, en vivo y sin cortes, la conferencia de prensa del “presidente encargado” cuya mano “alzó” vía Twitter, el pasado 23 de enero, Donald Trump.
“Hay un dictador usurpando funciones”, recalcó Guaidó. Y sonrió cuando una reportera francesa le preguntó si ahora, con el reconocimiento del gobierno de Emmanuel Macron, debía seguir llamándolo “auto proclamado”.
“Puede llamarme presidente”, destacó Guaidó entre aplausos de sus compañeros.
Pero el plan del gobierno paralelo incluye las leyes para que pueda ejercer, faltaba más.
Entonces, las comisiones de la Asamblea Nacional en desacato comenzaron el andamiaje de normas que aplicarán cuando inicie el gobierno de transición. Y la primera será la Ley de Amnistía y Garantías.
“Los hombres dignos que deben seguir en nuestra Guardia Nacional saben que la lucha que estamos dando es su lucha, para que usted y su familia tengan donde vivir con dignidad y que lleve su uniforme con orgullo”, explicó la diputada Delsa Solórzano mientras daba detalles puntuales de cómo funcionará la justicia transnacional.
En ese espacio estaba, pues, construyéndose un gobierno donde no cabía el presidente Nicolás Maduro. Pero era solo en papel y redes, porque afuera, con apenas caminar unos pasos, se entraba al mundo donde decenas de chavistas respaldaban a “Nico” y recordaban los 27 años del intento de golpe de estado que encabezó el teniente Hugo Rafael Chávez Frías contra el entonces mandatario Carlos Andrés Pérez.
“Estamos en Venezuela. Aquí cualquier cosa puede pasar, ocurrir, aquí se ven las cosas más insólitas en el mundo. No nos toma por sorpresa porque estamos acostumbrados a una guerra de comunicación, económica, política. Tenemos una Caracas bien fuerte para soportar esas arremetida”, aseguró el abogado Carlos Loya.
Unos metros más adelante, rumbo a la avenida Universidad, Magaly sonreía mientras contaba cómo, desde hace diez años, empezó a enfrentar la merma en su economía. De tener veinte comensales en su restaurante Las Vegas, ahora bajaron a diez. Encima, los platos deben pagarse antes de consumirlos porque a veces no funciona el punto de venta. Y en el baño, la luz y el papel higiénico son lujos que no puede ofrecer.
El abogado Loya también ha padecido los estragos de políticas económicas equivocadas, como dice, agravadas por el bloqueo de EU contra el país. Ha bajado de peso y también se ha enfrentado a la travesía de buscar medicinas.
“Pero estamos dispuestos a morir con las botas puestas, nunca arrodillado. Acá los esperamos”, le respondió a Trump y su opción militar.
Su declaración suena extraña. Pero es así. La noche del domingo, muchas venezolanas y venezolanos recibieron mensajes en redes alertándolos de que la invasión comenzaría al día siguiente. Y que era inminente, el punto final, la hora cero, el “ahora sí”.
Y nuevamente, pese a los tambores de guerra, ningún misil fue disparado.
Y horas más tarde, en el mundo donde un presidente electo el 20 de mayo de 2018 hablaba con intelectuales, una de ellos, la mexicana Ana Esther Ceceña, advirtió “aquí se juega el destino de nosotros mismos”.
–“La intervención si servirá. Es para eliminar a los del gobierno socialista”, diría ya más tarde un hombre blanco y delgado.
Aquí no hay guerra.
