El bien común es un bien para todos y, como sabemos, lo constituyen las condiciones para que las personas y las asociaciones puedan alcanzar su desarrollo. Dichas condiciones abarcan una amplia gama de realidades y aspectos que, naturalmente, no puede esperarse que sean atendidos por una sola persona o institución, sino que supone la colaboración de muchos.
Ciertamente es el bien común lo que da sentido a la autoridad política y al Estado, pero esto no excluye a las personas particulares de una responsabilidad por él, lo cual implica derechos y deberes de los ciudadanos. La autoridad política tiene, por su parte, que cuidar y garantizar la unidad y la organización de la sociedad. Son necesarias ambas cosas, la participación ciudadana y la del Estado.
No es posible para las personas individualmente consideradas, ni para las familias, ni para otras sociedades que puedan formarse dentro de la gran sociedad a la que corresponde un Estado alcanzar solas a construir las condiciones para el desarrollo de todos. Son necesarias las instituciones políticas que han de procurar que a todos sean accesibles los bienes, que no son solamente los económicos, sino también los culturales, morales y espirituales, respetando la vida social y cuidándose de cualquier afán totalitario.
Los gobiernos de los pueblos, precisamente porque han de buscar el bien común que corresponde a todos, tienen que armonizar con justicia las diversas partes y actores sociales. No valen aquí nada más los criterios e intereses de las mayorías, sino el bien real de todos, incluso de las minorías.
Para los cristianos el bien común de la sociedad guarda una importante relación con el fin último de la persona, porque sostenemos que Dios es el fin último de la creación. De esta manera se entiende que el esfuerzo por elevar la condición humana en la historia, se vincula con la dimensión trascendente que Jesucristo nos enseñó. Así, el bien común de nuestras sociedades terrenales se convierte en escalón para el bien común trascendente. Dice el Compendio de doctrina social: “Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que ilumina en plenitud la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra historia —el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana— comienza y culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento”.