La verdad es que nuestro Presidente de la República está convertido en un curita de pueblo. En uno retrógrada, porque los hay liberales y hasta revolucionarios. Pero en el caso de López Obrador, se trata de un padrecito muy conservador. Y nada retrata mejor al personaje que su postura ante el divorcio. Poco importa que se lo atribuya al neoliberalismo. Eso es lo de menos, aunque sea una lógica absurda.
Lo que muestra es su incapacidad para entender que las personas tienen derecho a separarse y a divorciarse, por su propia felicidad, o por la de sus hijos, si los tienen. Para López Obrador el divorcio es “malo” en sí. Y cuando digo “malo”, me refiero a un juicio moral, de corte religioso, que conlleva la idea de que la familia no debe jamás romper su unidad.
Como si la gente no tuviera derecho a recomponer su vida, si está viviendo violencia en el hogar, o el cónyuge es un desobligado, o existió una infidelidad o simplemente ya no hay amor. Las legislaciones liberales modernas entienden esto y buscan, por el contrario, facilitar los procedimientos para que las personas que así lo han decidido puedan rehacer sus vidas. Pero en la mentalidad conservadora eso es “malo”. La gente debe vivir unida, aunque su vida y la de sus hijos sea un infierno. Y las mujeres deben aguantar la violencia de sus parejas. Todo por una idea de familia anticuada, que no toma en cuenta la posibilidad de que existan familias distintas, monoparentales, homosexuales, compuestas, multiparentales, etc., que pueden ser tan funcionales y exitosas como las “heteronormales”. Se equivoca además AMLO (una vez más) en que eso no está medido. Mis colegas de El Colegio de México tienen muy medido cómo cada vez hay más divorcios y la gente se casa cada vez menos. Los jóvenes, por distintas razones, que no solo económicas, prefieren crecientemente vivir en unión libre, por lo menos durante algunos años y el matrimonio no es tan exitoso como se dice. El Presidente debería consultar el censo nacional que muestra claramente que la tasa de matrimonios en los estados del sur y sureste del país es muy baja y eso no tiene que ver con el modelo económico, pues no es un asunto reciente.
Ahora bien, que el Presidente de la República vea el tema del divorcio desde una perspectiva moral y no legal muestra el enorme riesgo de que los funcionarios públicos, comenzando por el jefe del Ejecutivo, comiencen a mezclar las cosas. Si AMLO tiene una idea del bien y del mal, está en todo su derecho, pero no le puede imponer su idea a todos los ciudadanos del país. Por eso, como cada individuo puede tener su propia idea del bien y del mal, lo único que nos puede guiar como colectividad es la ley. Lo peor del caso es que el ejemplo puede cundir. Imaginémonos que un juez, al momento de dictar sentencia en un divorcio, comienza a esgrimir asuntos morales, de acuerdo a su particular idea de lo que es bueno y es malo, en lugar de ajustarse a lo que la ley dicta. Estaríamos retrocediendo siglos y ciertamente hacia momentos previos a nuestra fundante Constitución liberal de 1857, reformada en 1917.
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