¿A quién escucha López Obrador? preguntaron en un foro del Council of the Americas la semana pasada en Nueva York. La respuesta de los panelistas, incluyéndome, fue, palabras más, palabras menos, que se escucha a sí mismo. Su equipo está ahí, básicamente, para cumplir sus deseos. Las voces líderes en el Congreso tienen como propósito, o como misión más bien, pasar la agenda legislativa del presidente. Los miembros del gabinete que lo acompañan en las conferencias mañaneras no están ahí para proporcionar datos o argumentos sólidos. Están ahí para validar con su presencia las ocurrencias de su jefe. Poco importa si las propuestas funcionarán o no; si el presidente dice que van, todos a trabajar, inventando datos si es necesario, para cumplir el capricho.
La pregunta relevante quizás sea más bien a qué responden las propuestas del presidente, porque una cosa es lo que dice y otra serán las motivaciones que lo guían. Quizás nunca las conoceremos, pero lo que sí es evidente es el desprecio que prevalece en la toma de decisiones de esta administración.
Empieza por el desdén frente a lo técnico. Los datos no importan, la información es irrelevante. No importa notar que durante las décadas que se ha intentado disminuir la pobreza mediante programas de transferencias lo que se ha logrado es perpetuarla. Los estados del país donde hay menos pobreza, en cualquiera de sus definiciones, son en los que ha habido crecimiento económico constante y sostenido. Pero ese dato no es relevante. En lugar de preparar las condiciones para lograr el cambio prometido, se mantendrá el statu quo. Los estados más pobres seguirán recibiendo más programas sociales que, si bien alivian las condiciones del día a día, no lograrán romper el círculo de pobreza generacional. Los programas cambiarán de nombre, pero no dejarán de ser asistenciales y clientelares.
El activo más relevante de este siglo es la información, pero parece que esta administración no solo la desprecia, sino que se jacta de hacerlo.
Mucho se criticaron, y con razón, las asignaciones directas, las licitaciones por invitación, el nombramiento de cuates. Hoy se desprecia la propia crítica pasada para dar lugar a las mismas prácticas favoreciendo la falta de competencia, la opacidad y la corrupción. No hay análisis de eficiencia económica o de impacto social que le gane al argumento moral con el que se escuda el presidente.
El desprecio a las instituciones ha sido evidente en estos 64 días. Las disminuciones presupuestales afectan la autonomía de las instituciones y la calidad del capital humano del personal que ahí trabaja. El tema no es solo monetario. Simplemente no se les respeta porque podrían representar un contrapeso.
Se deprecia también a las personas. La forma en la que se ha despedido a miles de trabajadores, incluso encerrándolos en las oficinas impidiéndoles salir hasta que firmen su renuncia, solo muestra el desprecio y la prepotencia de quien buscaba el poder únicamente por el poder.
En solo dos meses de gobierno hemos sido testigos del desprecio a los datos, a las instituciones, a la gente, a la economía. Habiendo tantas cosas por mejorar se ha optado por el desdén. Otra oportunidad perdida.
@ValeriaMoy