La noche del 28 de octubre, Lima se preparaba para descansar. Sin embargo, la calma fue interrumpida por un estruendo que cambiaría el destino de miles. En cuestión de minutos, la ciudad se convirtió en un campo de ruinas, con un saldo trágico de aproximadamente 20.000 muertos. La magnitud del sismo, que podría haber alcanzado entre 8,8 y 9 grados, dejó a la capital del virreinato del Perú en un estado de desolación.
El impacto del terremoto no solo se sintió en la tierra, sino también en el mar, que arrastró embarcaciones y dejó a la ciudad sin su puerto. Los testimonios de la época reflejan el horror y la desesperación de los habitantes, quienes se enfrentaron a un panorama de muerte y destrucción. Este artículo se adentra en los relatos de quienes vivieron aquel día, así como en las repercusiones que tuvo en la sociedad limeña.
El terremoto de 1746 fue un evento catastrófico que dejó a Lima en ruinas. La ciudad, que en ese entonces contaba con 60.000 habitantes, vio cómo sus calles se llenaron de escombros y cadáveres. La guardia de la ciudad, que anunciaba la hora, se convirtió en un eco de desesperación cuando el aullido de los perros se transformó en gritos de horror. En solo cinco minutos, la vida de miles de limeños se extinguió.
Las crónicas de la época, como las del marqués de Obando, describen un escenario apocalíptico. “En el susto excesivo, que se apoderó de todos los habitantes, cada uno buscó su remedio en la huida”, relató. La ciudad, que había sido un centro vibrante de vida, se convirtió en un páramo desolado, donde la muerte acechaba en cada esquina.
El tsunami, con olas que alcanzaron alturas de entre 10 y 24 metros, inundó el puerto y sus alrededores, causando la muerte de casi todos sus habitantes. De las aproximadamente 5.000 personas que vivían en el Callao en ese entonces, solo unas 200 lograron sobrevivir. Los barcos anclados en el puerto fueron arrastrados mar adentro o destruidos por la fuerza del agua. Las olas también afectaron otras localidades costeras del litoral peruano, aunque con menor intensidad.
Este fenómeno natural no solo afectó al Callao, sino que su impacto se extendió a otras localidades a lo largo del litoral peruano, alcanzando lugares tan lejanos como Chorrillos y Pisco. En estas áreas, aunque las olas no fueron tan altas como en el Callao, se reportaron inundaciones significativas y daños a las estructuras cercanas al mar. Incluso se dice que el efecto del tsunami se percibió en costas de otros países del Pacífico, como Chile.
Los relatos de los sobrevivientes son desgarradores. José Eusebio del Llano Zapata, un destacado residente de Lima, describió la escena como “un horror tener a la vista, como espectáculo de la tragedia, los cadáveres de nobles y plebeyos”. La magnitud del desastre fue tal que el sacerdote Pedro Lozano reportó más de once mil muertes en Lima y el Callao. La ciudad, sumida en el caos, enfrentaba no solo la pérdida de vidas, sino también la amenaza de epidemias que se avecinaban.
La situación se tornó crítica. Los hospitales estaban desbordados y el virrey José Antonio Manso de Velasco tuvo que tomar medidas drásticas para controlar el desorden. La caridad de los sobrevivientes se convirtió en la única esperanza para aquellos que habían perdido todo. Se organizó la venta de rifas y loterías para ayudar a los centros de salud, que luchaban por atender a los heridos.
El terremoto no solo devastó la infraestructura de Lima, sino que también dejó una huella imborrable en la memoria colectiva de sus habitantes. La imagen del virrey Manso de Velasco observando la destrucción desde su ventana se convirtió en un símbolo de la tragedia. La catedral, que había sido un ícono de la ciudad, quedó en ruinas y su reconstrucción tardó más de una década.
No obstante, el virrey José Antonio Manso de Velasco inició un ambicioso plan de reconstrucción para Lima y el Callao. Como parte de este proceso, se reforzaron las normas de construcción para hacer las edificaciones más resistentes a futuros sismos. Asimismo, se llevó a cabo la reubicación de parte de la población del Callao hacia áreas más seguras, aunque el puerto fue reconstruido en el mismo lugar.
Hoy, a más de dos siglos y medio de aquel devastador terremoto, Lima ha crecido y cambiado. La ciudad, que en 1746 contaba con 60.000 habitantes, ahora alberga a cerca de 10 millones. Sin embargo, el recuerdo de aquel día fatídico sigue presente en la memoria de los limeños. A pesar de los avances en la ciencia y la tecnología, el temor a los sismos persiste, lo que nos recuerda la fragilidad de la vida y la fuerza de la naturaleza.
El terremoto de 1746 no solo fue un evento natural, sino un punto de inflexión en la historia de Lima. La resiliencia de sus habitantes y la capacidad de reconstrucción se convirtieron en lecciones valiosas para las generaciones futuras. La historia de aquel día trágico invita a reflexionar sobre la importancia de la preparación y la solidaridad ante desastres naturales.