Posiblemente, en los próximos doce meses haya acuerdos de paz forzados, sino capitulaciones, en algunos escenarios de guerra. El retorno de Trump al poder puede significar que Zelenski acepte, finalmente, que Putin disolvió su resistencia en algunos territorios ucranianos. Ya da guiños sobre el tema, tal vez convencido de que los poderosos pisan más fuerte.
En Oriente Medio, será difícil que la nube gris del conflicto se disipe. La masacre inenarrable en Gaza está dejando una ola de resentimiento que durará generaciones. Es increíble, e indignante, que se dude sobre un acuerdo para liberar a los rehenes israelíes mientras los cadáveres de niños se amontonan. Es improbable que en el 2025 esa cólera se apague.
A EEUU ya no le importará tanto sumergirse en tales laberintos bélicos, pero aplicará el garrote si algo le perturba. Trump ya amenazó con “un infierno” a los palestinos si no termina el secuestro, e insistirá en su ruta de los ‘Acuerdos de Abraham’ (convocar a los países árabes para que establezcan relaciones con Israel), aun cuando la calle siga furiosa.
Precisamente porque la herida de Gaza está allí y porque la tregua en el Líbano es una lágrima. Y porque en Siria hay un pronóstico reservadísimo. En medio de estos tumbos, asoma un modo de proceder que el Centro de Información y Documentación de Barcelona (CIDOB) ha llamado ‘egopolítica’. Es decir, “un mundo más emocional y
menos institucional”.
Es el mundo no sólo de Trump sino, además, de un Milei que insulta a mansalva, de un Maduro que se burla del voto ciudadano, de un Elon Musk arrogante que quiere digitar a la gente, de un Yoon Suk-yeol que intenta un patético golpe de Estado en Corea del Sur. Es ese hacer política sin que me importe el resto, o sin que importen muertos y heridos.
Todo ello mientras el planeta se calienta a un ritmo calcinante y se rompen los pronósticos del clima. Mientras irrumpen DANAS, huracanes, sequías, inundaciones. No, no miremos hacia arriba. Miremos hacia abajo, hacia estos problemas, hacia los más ninguneados, hacia el deterioro triste de los ecosistemas. Hacia nosotros mismos.