El sacerdote, teólogo y escritor Eduardo Arens, superior de la Compañía de María (Marianistas) en el Perú, reflexiona sobre la Navidad en el momento actual de dificultades en el país y el mundo. Destaca el mensaje de Jesús de entrega por la humanidad, ante la necesidad de superar nuestras divisiones. Cuestiona al Sodalicio, al que califica como un fundamentalismo muy dañino para la Iglesia Católica, y el avance se sectores ultraconservadores. Lamenta que a la presidenta Dina Boluarte le falte capacidad para escuchar a la población y autocrítica y que en el Congreso no haya interés por el bienestar del Perú, salvo excepcionases. Dedicado a su congregación y parroquia, superada la era de arzobispo Juan Luis Cipriani, que lo silenció, apuesta por aportar desde la reflexión y la educación.
—Esta Navidad, ¿qué reflexión nos ayuda especialmente a afrontar el momento actual?
—La Navidad centra la atención en Jesús, que nos sigue cuestionando como en su tiempo. La primera lección es la encarnación: estar en el pueblo, hacerse uno con ellos, no al margen, ni encima ni de espaldas. Jesús encarna un proyecto de vida profundamente humano. La Navidad es asumir la radicalidad del ser humano, que no es solo existir, sino ser solidario, fraterno, acogedor, honesto, confiable. Jesús se encarna no en una imagen que veneramos, sino un estilo de vida, un proyecto de humanidad.
—¿La humanización de lo divino?
—Sí. O divinización de lo humano. La vida humana lleva su radicalidad, no limitada a lo inmediato, sino más allá, como dice el papa Francisco, la sintonía con todo lo que es de Dios. De Dios no es el caos y la destrucción, sino la creación y dignificación. Jesús se la jugó por el ser humano y lo puso en el centro, eso es compasión, sentir con el otro. Su radicalización es darle esa dignidad. Dios no es una imagen en una nube que chequea y castiga, sino Padre. El proyecto de Jesús tiene modelo de familia con Dios Padre y todos como hermanos. Es lo nuevo. Cuando María visita a su prima Isabel, esta representa lo tradicional. La joven va a dar a luz a alguien a quien el hijo de Isabel, Juan El Bautista, reconoce como propuesta de lo nuevo: el mensaje de amor al prójimo y una sociedad en clave de familia sin exclusión. Amar es algo tan natural pero tan exigente. Si amamos, no vamos a mentir, robar, chantajear, coimear...
—Desde su nacimiento, se vio a Jesús como amenaza para los poderosos, ¿Esto sigue así?
—Absolutamente, sin ápice de duda. Por un lado, el cristianismo es la religión más perseguida. Por otro, la Teología de la Liberación es profundamente bíblica, pero se le hizo y se le hace guerra. (Es) liberación de lo que nos impide ser más humanos, más dignos. En Nicaragua, expulsan al clero por su crítica de que es una dictadura. A Jesús lo mataron porque cuestionó la legitimidad de un sistema basado en imposición, explotación y maltrato humano. En nombre de Dios, cuestiona la estructura religiosa y política. Lo arrestan por no privilegiar el sábado, el ayuno, la limosna sino al prójimo, aunque no sea creyente... Lo llevan a Pilato como aspirante a liberador con carga política.
—Un revolucionario... ¿También lo era?
—Por supuesto. ¿Qué reitera la realidad: somos capaces de ser, más allá del discurso, hermanos? Veo desprecio por la vida no solo de la delincuencia o el sicariato... Jesús sigue siendo una piedra en zapato. Los ultraconservadores están contra el Papa Francisco, que lo presenta bien: la buena nueva es que es posible hacer un mundo distinto, pero hay que bajar del caballito del poder, la dominación y el sectarismo.
—¿Qué ha significado en la Iglesia el episodio del Sodalicio?
—Nos puso contra la pared ante la pregunta de qué es ser cristiano. La razón del Sodalicio es ser movimiento anti-Teología de la Liberación. Es su cuna, en línea fundamentalista. Algunos tienen rasgos de fundamentalismo como Talibán. ¿Qué tiene que ver con el Evangelio del amor? No debemos permitir que la gente sufra, aunque haya intereses en juego, pero ellos convierten la religión en una plataforma ideológica que respalda la postura de los dominantes.
—El cardenal Castillo mencionó el fascismo.
—Sí. Sociológicamente y políticamente lo es. Se interesan en la plata, el dominio y negocios. Jesús es el gran ausente. Se le quita su anti-Teología de la Liberación y no tiene nada.
—¿Quisieron entrar en su congregación?
—Uno enseñó en nuestro colegio y quiso apropiarse de símbolos nuestros. Quisieron integrarse. Nos dimos cuenta de por dónde iban los tiros. No tenían nada que ver. Era un interés de dominación de una ideología de los que están muy bien acomodados, una ideología política y un lenguaje de ritos religiosos.
—¿Debería cerrarse, anularse el Sodalicio?
—Lo dejo allí. No es tema mío. No sé si sea rescatable. Hay gente buena, probablemente. Pero así como está, no debería continuar.
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—¿Cómo ve el gobierno de Boluarte?
—Está rodeada de personas que le hacen creer un mundo que no es real. Cree que puede tratar el país como hace con sus wayquis. Creo que el puesto le queda demasiado grande y no sabe dónde está parada. Pone a personas cercanas o que necesita y la manejan. No creo que haya mala intención, sino ignorancia supina y falta de capacidad de escucha y autocrítica.
—¿Cómo ve este Congreso, que ha llegado a una denuncia de una presunta red de prostitución?
—A ese extremo. No hay valores ni interés por las personas ni el Perú. Es como una chacra que aprovechan mientras pueden. Duele profundamente. Destruyendo el país a largo plazo. Mochan sueldos a trabajadores y más, cuando podrían hacer mucho por el país. Es muy anticristiano. Jesus enseña a ser para los demás.
—¿Qué decirle a los deudos de las víctimas de las protestas, que no encuentran justicia?
—Que luchen y no bajen la guardia para que se haga justicia. Que que sigan como las Madres de Mayo en Buenos Aires. Lamentablemente, somos muy individualistas, no de colectivo.
—¿Qué opina de la propuesta de la pena de muerte que impulsa el Gobierno de Boluarte?
—No resuelve nada y moralmente caemos en que criticamos. No frena al delincuente. ¿Por qué nos preocupamos por eso y no por mejorar el sistema penitenciario, donde los delincuentes se gradúan y se manejan las mafias?
— Y nos llevaría a salir del sistema interamericano protección de derechos humanos.
— Terrible. Cuando no hay justicia hay caos. Y cuando no hay caos es el principio del fin.
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—¿Cómo vislumbra el próximo 2025?
—Hay que poner un poco de orden. Hay necesidad de un movimiento humano firme. Creo que estamos cansados de tanta corrupción y falsedad. Muchos cogen maleta y dejan el país.
—¿Y qué podemos hacer frente a ello?
—Depende del amor que tengamos a la patria. Viene ya la cuota de sacrificio y lucharla. Nos falta el sentimiento también del grupo, de formar un movimiento más más dedicado, con honestidad y confiabilidad. Si no nos agrupamos sueltos quedan 40 partidos más o menos. ¿Qué nos indica eso? Tenemos 40 caciques que quieren ser dominantes de la tribu. Pensando “mi partido”, “yo”, como los que están el el Congreso y se suben el aguinaldo navideño.
—Nos acercamos al 2026, ¿qué debe hacer el ciudadano para tener una mejor elección?
—Ocuparnos completamente de evaluar bien qué representan los personajes que se postulan, y no hacerlo recién cuando estén en la fila. Lamentablemente, no nos interesa. Estamos hasta la nariz de todo. Algunos medios de comunicación tampoco nos ayudan mucho.
—¿Qué podemos hacer para unirnos más y para que el proyecto de país se mantenga?
—Eso no se revierte pronto. Supone una mirada de largo plazo. Allí entra un capítulo que no tomamos suficientemente en serio: la educación. Sin ella, no vamos a llegar a ninguna parte. No la confundamos con instrucción. Quiere decir: retomar valores, principios, paradigmas. Si queremos una generación de personas más sensibles a la sociedad, debemos también estimular especialmente la sensibilidad.
—Este año nos dejó Gustavo Gutiérrez, padre de la Teología de la Liberación. ¿Qué reflexión le despierta para nuestro futuro?
—Le agradezco. Fue muy sencillo, muy auténtico, muy sensible al drama humano de la pobreza y la injusticia que se avala. Me queda la gratitud por todo lo que nos ha aportado. Fue muy profundo y muy coherente. No se endiosó para nada y fue abierto al cambio. Dejó ese gran ejemplo. Los que se oponían le decían teología marxista. Y hablaban de la llamada teología de la reconciliación, un sistema ya muy viejo.
—Ahora está de moda llamar ‘caviares’ a quienes muestran preocupación por las pobres, pero no lo son o son acomodados...
—Sí, solo ponen etiquetas. Con eso creen que te pueden descalificar. No hay argumento. Ponen una etiqueta y ya no escuchan. Eso ocurre porque en realidad no tienen argumento.
—Pasada esta Navidad, ¿qué nos debería quedar con miras a lo que está por venir?
—No tenemos suficientemente claro qué es ser un cristiano. Es un gran reto para la Iglesia. Tiene que ser, no diría refundada, tiene que repensarse en clave del diálogo con el siglo XXI. Tenemos que repensar conceptos trasnachados. La Iglesia tiene que repensar en clave en el conmemorar el nacimiento de Jesucristo, a quien crucificaron por plantear una visión alternativa. Jesús no debe ser el gran ausente. Encarna una visión de la vida alternativa a la que estamos viviendo nosotros, que nos está destruyendo. Es una visión en clave del amor, del brazo abierto, del acogido, del corazón, no del cerebro. Es la buena noticia de que sí es posible hacer un mundo distinto, pero para hacerlo, juégatelas. Jesús se la jugó. Y muchos cristianos se la jugaron. ¿Y cuál fue la clave del éxito del cristianismo? Miren cómo se aman unos a otros: compartían en la mesa, señores y esclavos, todos como hermanos en Cristo.
—Me quedo con ese mensaje para el momento del Perú: hay que seguir jugándonosla.
—Sí, Jesús lo hizo por la humanidad... Hay que seguir también por el país. Y vale la pena, porque una vida vale la pena vivirla si es que genera vida. Si no genera vida, no vale la pena.