Un estudio de la NASA señala que la cantidad de agua dulce en la Tierra ha disminuido significativamente desde 2014. Los científicos atribuyen la crisis a fenómenos extremos como El Niño y al impacto del calentamiento global en los recursos hídricos. La alarmante pérdida, detectada mediante observaciones satelitales, evidencia cómo el cambio climático y las actividades humanas afectan a este recurso vital. Los expertos destacan que la disminución pone en riesgo la seguridad hídrica global, acentúa las sequías, la escasez agrícola y los conflictos sociales.
La caída global en los niveles de agua dulce comenzó en mayo de 2014, según datos obtenidos por los satélites GRACE (Gravity Recovery and Climate Experiment). Los satélites, operados por la NASA en colaboración con el Centro Aeroespacial Alemán, rastrean cambios en la gravedad de la Tierra, que reflejan variaciones en la cantidad de agua almacenada en lagos, ríos y acuíferos subterráneos.
Entre 2015 y 2023, los niveles de agua dulce descendieron en promedio 290 millas cúbicas respecto al período 2002-2014. Este volumen equivale a 2.5 veces el agua contenida en el lago Erie. La tecnología satelital, junto con la implementación de los satélites GRACE–Follow On desde 2018, permitió a los científicos monitorear la magnitud de este fenómeno, alertando sobre la gravedad de la situación.
El informe vincula esta disminución abrupta a diversos factores. Uno de los principales fue el fenómeno de El Niño de 2014-2016, que alteró las corrientes atmosféricas y redujo las precipitaciones en regiones clave como América del Sur, Europa, África y Oceanía. Estas sequías prolongadas, combinadas con temperaturas oceánicas más cálidas, impactaron severamente las reservas de agua.
El calentamiento global también es un factor determinante. Las temperaturas más altas incrementan la capacidad de la atmósfera para retener vapor de agua, lo que ocasiona lluvias más intensas pero menos frecuentes. Este desequilibrio genera un suelo más compacto, que no puede absorber adecuadamente el agua, dificultando la recarga de los acuíferos subterráneos.
A esto se suma el impacto de la actividad humana, especialmente la agricultura de riego, que depende cada vez más de las aguas subterráneas para suplir la falta de precipitaciones. Según la ONU, esta sobreexplotación agrava la crisis, dejando a comunidades vulnerables al acceso limitado de agua limpia, aumentando los riesgos de enfermedades, pobreza y conflictos.
Aunque los científicos reconocen que las observaciones satelitales ofrecen una visión precisa de este fenómeno, todavía existen incertidumbres respecto a si el agua dulce puede recuperarse. Expertos como Susanna Werth sugieren que, aunque el calentamiento global es un factor clave, los modelos predictivos presentan limitaciones.
Con los nueve años más cálidos registrados coincidiendo con esta caída, la comunidad científica insta a tomar medidas urgentes para garantizar el manejo sostenible del agua y mitigar los efectos del cambio climático. La disponibilidad de este recurso vital será crucial para enfrentar los desafíos del futuro.