Desde el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a este continente, en 1992, la presencia de España en América no había propiciado tanta polémica de alto perfil político. Manuel López Obrador se despidió de su presidencia hace pocas semanas con un relanzamiento de la leyenda negra de la conquista española.
El relanzamiento consistió en pedir que Felipe VI se disculpe ante México por la conquista. Como corresponde, su seguidora Claudia Sheinbaum lo ha seguido, en una secuela de dimes y diretes con Madrid. Lo que por mucho tiempo fue terreno de historiadores ahora ha caído en manos de políticos, y se va a quedar allí un buen tiempo.
El chavismo dio hace poco unos pasitos más allá, con el lanzamiento de un complot hispánico para asesinar a una alcaldesa chavista, y el traslado de la condición de Madre Patria de España a África. En el país que ha movido la Navidad de diciembre a octubre, quien puede lo más puede lo menos. ¿Por qué no España madre y África padre? ¿O viceversa?
Por cierto, hay mucho de criticable en la invasión española del siglo XVI y en los siglos de colonización que le siguieron. Pero los protagonistas de dos siglos de independencia política no han podido revertir la postergación de las naciones que encontraron en América los españoles, y que no recibieron de las repúblicas mucho más que una pobre ciudadanía.
Con los Gobiernos de México y Caracas lanzados a formas de antihispanismo, es casi seguro que otros países de la región los van a seguir, con argumentos parecidos. Lo cual es un bono político que los movimientos y líderes indígenas nunca habían imaginado. Con esta reencarnación de la doctrina Monroe, el imperialismo yanqui como villano ya no está solo.
En medio de todo esto, hace un par de días, una investigación reveló que los restos de Cristóbal Colón no descansan en América, sino en Sevilla. De paso, las pruebas de ADN mostraron que nuestro descubridor fue, además de español, judío sefardita. Vemos, pues, que los dramas de América del XVI a la fecha pueden tener una responsabilidad compartida.
Ver a prominentes criollos convertidos en defensores de los imperios de la antigüedad prehispánica no puede dejar de producir una sonrisa. Ver a Diosdado Cabello en ese rol tiene que producir una carcajada, en la que nos acompañan unos ocho millones de venezolanos desterrados por la rapiña de la cúpula chavista. Los chavos del ocho, efectivamente.