En el panorama de la poesía peruana contemporánea, que ha ingresado a una renovación de cuadros en todo sentido de la palabra, el nombre de Roger Santiváñez se viene posicionando con paso seguro. Hablamos de un poeta que ya es todo un referente desde hace buen rato, pero ser referente no es lo mismo que ser una voz oficial. Esto último te lo da el tiempo, y también los lectores. No la crítica, como algunos creen. Lo cierto es que Santiváñez, por obra, ya está encaminado.
Santiváñez se dio a conocer a finales de los años setenta y la rompió en los ochenta (década jodida para la historia política y social de Perú). Fue un protagonista activo de su generación y llevó al límite su experiencia vital, quizá la única manera de sobrevivir al horror de esos años marcados por la vesania y la sangre. Producto de este duro tránsito vital, Santiváñez publica en 1991 Symbol, que es ese tipo de libros que se escriben una sola vez en la vida. Nacen del límite existencial y de la desesperación vital. Libros como este no parten del punto medio. O era la poesía, o la muerte.
“Poder”, “Matar”, “Imaginar” y “Allucinar” son las partes de este portento verbal que leído a la distancia y fuera de la impresión de las primeras lecturas, la presente edición (la tercera en la historia de Symbol), a cargo de Personaje Secundario, suscita otros conceptos y, cómo no, sensaciones.
Santiváñez creó un lenguaje que se alimentaba del horror de la noche y de la calle, pero también es un registro que, en su locura, muestra una luz de esperanza, que no es otra cosa que la misma escritura poética como fin en sí misma.
Esta es la lectura que le doy a Symbol. Literariamente, no tiene nada que demostrar. Es un poemario que ya quedó. Pero sería bueno que se empiece a leer de otra manera, sin los afeites de la racionalidad y lejos de la lectura de época. La poesía puede ser útil cuando se la trata bonito (lean los ensayos de Paz). Escribir Symbol le salvó la vida a Santiváñez. Leerlo, a nosotros. Léanlo.