En el Perú de nuestros días, los políticos en funciones ya no pueden ir a ningún lado sin el riesgo de que sean pifiados, insultados o hasta agredidos. No pueden ir tranquilamente a un restaurant, a un bar, caminar solos por la calle, porque, lamentablemente, algo muy desagradable les puede pasar: desde que los insulten hasta que les arrojen orines, que les tiren un vaso, los amenacen con una roca, les jalan los pelos o los boten de un bar o un colegio.
El repudio es tal que, prácticamente, han perdido la libertad de tránsito y hasta la libertad, a secas, porque el furibundo rechazo ciudadano los constriñe a espacios seguros, protegidos, en los que corran ningún riesgo, incluso, de vida. Han perdido la libertad, eso es un castigo tremendo y me temo que merecido. No puedo dejar de decir, sin embargo, que no podemos celebrar este castigo, es muy peligroso que la frontera entre lo físico y lo verbal se cruce y, como periodista, no puedo más que rechazarlo, decir que es un delito, pero, también, tratar de explicarlo. No importa la orilla política, porque, si algo une ahora a los políticos, es el rechazo como cosecha de lo que sembraron. 49 muertos en protestas son una herida abierta, no se ha pasado la página como muchos pretenden, es imposible. Las reacciones a esa fatalidad pasan factura, la falta de empatía con esa tragedia tiene sus consecuencias.
También tiene sus consecuencias, lapidarias, ostentar relojes y collares de oro y diamantes en un país pobre y con tantas diferencias y ser tan conchudo o conchuda de pasarlo por agua tibia. No haber convocado a elecciones, que los congresistas no sean igual de fiscalizadores con Dina que con Castillo, también deja huella en el alma de la población. Que los congresistas ganen tan bien por hacer tan poco, que tengan actitudes altaneras, que sus votaciones tengan como fin el cálculo político, el beneficio personal y no el bien común, también se acumula, se rumia, se aguanta, se traga.
Entonces, cuando todo parece que está calmo, que la gente se olvida y el político tiene la osadía de actuar como si nada pasara, como si tuviese alguna legitimidad, como si existiese alguna posibilidad de comunicación en medio de este divorcio con los votantes, toda esta acumulación se manifiesta, se desahoga, hace catarsis. A Rafael López Aliaga en Puno, le acaban de arrojar orines, a Dina Boluarte casi la botaron de Sullana y a uno de los autos de su escolta le cayó una piedra, a María Agüero la botaron de un colegio, a Patricia Chirinos la botaron de un bar, al wayki Oscorima en Ayacucho casi ya no lo dejan ni caminar.
Esta semana, en el noticiero en el que trabajo, recordamos que en enero pasado, en un evento público, le jalaron el pelo, las mechas, a la presidenta Dina Boluarte, lo cual fue como la semilla de esta seguidilla de manifestaciones contra los políticos de turno que no quieren leer lo que las encuestas les señalan con elegancia y la ciudadanía ya sea en Puno, Sullana, Arequipa o Barranco hasta con inaceptable violencia: a ustedes, señores, nadie los quiere, los detestan, así que anden con cuidado porque con sus acciones se han ganado esta alarmante situación espontánea, sin organización, primitiva, que a los peruanos y peruanas les está saliendo del forro y por ello es que es tan peligrosa. Pocas veces la palabra “choro” con la palabra “político”, han tendido a confundirse tanto como en esta coyuntura, casi son sinónimos.
La desaprobación cercana al 100% del Poder Ejecutivo y del Legislativo explican el título de esta columna. Hago referencia a aquella época en que irresponsablemente se propició la campaña “chapa tu choro” como una respuesta social de la gente que, cuando capturaba a un ladrón, era alentada a lincharlo o quemarlo vivo para que “aprenda”. Una barbaridad que se explicaba por la impotencia y la sensación de vulnerabilidad, de miedo, frente a la delincuencia que no podemos justificar en una democracia y un estado de derecho. En estos últimos días, está pasando lo mismo con los políticos. La gente quiere que nuestros políticos escarmienten y eso es salvajismo, un salvajismo que nos puede llevar al todos contra todos, esa amenaza es el gran legado de estos políticos y políticas “del bicentenario”.