Sebastián Rodríguez Larraín, hijo del artista Emilio Rodríguez Larraín (1928 – 2015), le brinda a La República una noticia que debemos compartir y a la vez celebrar.
En la feria ArteBa de Buenos Aires, vía la galería Del Infinito, se viene presentando un proyecto póstumo sobre “La máquina de arcilla”, la icónica escultura de Rodríguez Larraín, que estuvo ubicada en el balneario norteño de Huanchaco, Trujillo.
Como bien se recuerda, esta escultura/instalación, que Rodríguez Larraín empezó a trabajar en 1987 y presentó al año siguiente en la III Bienal de Arte de Trujillo, fue destruida, en marzo-abril del 2022, por la dejadez de las autoridades ediles de la zona, dejadez compartida igualmente por los funcionarios del Ministerio de Cultura, que vieron cómo el descuido y los intereses inmobiliarios hacían de las suyas con una obra de arte que no solo era estética, sino también representación del trabajo comunitario de los antiguos peruanos, aspecto que interesó muchísimo al artista y al que se abocó apasionadamente.
Para este artista, el arte no debía estar alejado de una funcionalidad y “La máquina de arcilla” era un tácito testimonio de ese propósito. Por eso, lo que sucedió con esa escultura/instalación no solo es una pérdida, dice mucho de nosotros como país.
Que esta presentación en Buenos Aires del proyecto de Rodríguez Larraín, no solo quede en la lícita celebración, sino también nos lleve a tomar conciencia sobre el inminente peligro que corre el patrimonio cultural (en su sentido más amplio) y que aún estamos a tiempo de hacer algo por él.
Lo que pasó en el 2022, no fue un hecho aislado. Desde meses antes de su destrucción, se advertía del peligro que había sobre esta escultura frente al mar (frente al mar, como para que las inmobiliarias saliven) y las autoridades pertinentes sospechosamente no hicieron nada. Si solo recordar este episodio, duele, y mucho.