La semana pasada estuve en Puno para recorrer la geografía por donde pasaría un eventual gasoducto del Altiplano, que, partiendo de Quillabamba, atravesaría el sur del Cusco, hacia Juliaca, Puno y El Collao.
Fuimos a Mazocruz, con la idea de indagar sobre los casos de neumonía en niños y adultos mayores debido a las temperaturas extremadamente bajas que azotan al distrito entre junio y agosto. No pudimos conversar con nadie de la posta, porque, según nos refirieron, el personal estaba viendo el partido de vóley de la selección sub-17. A las afueras de la posta conocimos a una señora y a su hija de 4 años, que estaba muy enferma. La posta había perdido su historia clínica y por esa razón no la podían atender. Fuimos con la señora a su casa, donde nos encontramos con su hermana, cuya hija tampoco podía ser atendida por ser de Urcos y no de Mazocruz. Financiamos los medicamentos urgentes y el viaje de ambas niñas al hospital de Ilave, (capital de la provincia de El Collao) con una de las mamás (pues, la otra debía cuidar la precaria vivienda).
Una de las niñas se quedó internada durante varios días con un cuadro grave de neumonía y la otra, con un estado menos avanzado, requirió un tratamiento ambulatorio. Conversando con una de las madres, nos dijo que días atrás una niña con un cuadro grave de apendicitis debía ser trasladada a Ilave, pero para poder utilizar la ambulancia, la mamá debía reunir el dinero requerido para la gasolina, labor que le tomó un día entero.
Al final, es difícil decidir si mata más la helada o la indiferencia de un Estado que ha decidido dejar en el más absoluto abandono a buena parte de la población del sur andino.
Esta dramática situación debe llevarnos a reflexionar sobre la urgencia de realizar todas las acciones que les den un carácter nacional y unitario a todos los pueblos del Perú, empezando por los más olvidados.