En el centro de Lima, en la galería Pancho Fierro (Pasaje Santa Rosa 116), se viene presentando hasta el 31 de agosto la muestra fotográfica del artista cajamarquino Pepe Chávez Tejada: Cajamarca: belleza, soledad y coraje.
Esta es una exposición que no solo destaca por su calidad, sino ante todo por una mirada depurada que obedece más a la intuición que a una técnica trabajada. El personaje del presente proyecto de Chávez Tejada, se colige, es esta ciudad tan presente en el imaginario cultual peruano. Las referencias que tenemos de ella son más que significativas. La más conocida, activa en nuestra mente desde la edad escolar, tiene que ver con el famoso cuarto de rescate del inca Atahualpa, quien, en noviembre de 1532, fue hecho prisionero por Francisco Pizarro y Diego de Almagro, que mandaron a matarlo luego de que el inca cumpliera su promesa de llenar con oro el aposento en donde estaba detenido.
Si bien son referencias más que ubicables para el ciudadano de a pie, adquieren una connotación especial para el artista autodidacta Pepe Chávez Tejada, quien ha construido una obra que transita entre la pintura y la fotografía, y que vio en la tragedia que significó la cuarentena de la pandemia del Covid-19 la oportunidad idónea para fotear el centro histórico de su ciudad natal.
Pero claro, de buenas intenciones y contextos sensibles no se justifica ningún proyecto artístico. Chávez Tejada no es el único fotógrafo que ha tomado registro visual de cómo se veían las ciudades deshabitadas en esos largos meses de restricciones, pero sí marca una diferencia en cuanto a una mirada aséptica que conduce y eleva a su proyecto de la sola documentación para convertirlo en un testimonio emocional. Porque salir los fines de semana a fotear el centro histórico de Cajamarca no solo se debió al lícito afán de registro, sino también a una necesidad personal de Chávez Tejada, quien al igual que todos, desarrolló del mismo modo una relación personal con lo que significaba estar encerrado, ya sea a las buenas o a las malas. Esa urgencia personal es lo que justifica esta muestra. No vemos la Cajamarca referencial, sino la Cajamarca personal de Chávez Tejada.
Por ello, en nuestro recorrido por la galería Pancho Fierro –dicho sea, hay que fijarnos en sus sólidas exposiciones de los últimos meses, como la muestra de junio: Texturas y veladuras: 92 años de Miguel Nieri- apreciamos la belleza del centro histórico de Cajamarca, no porque esta estuviera sin gente, sino por la imponencia de su arquitectura y su silencio dialogante con el espectador. En este sentido, el fotógrafo no es que solo se haya dedicado a disparar, sino que esta serie de imágenes, divididas en los subcapítulos “Belleza”, “Soledad” y “Coraje” para otorgarle un sentido narrativo, parten de una espera (¿quizá una reflexión previa?) para hallar la exacta confluencia de la luz natural, la precisa posición del ángulo e incluso el respeto al momento de documentar el dolor/la desesperación del otro (detalle muy frecuente en esa etapa oscura de las restricciones).
Aunque hubiésemos preferido que la mayoría de imágenes sean de un formato mayor, Cajamarca. Belleza, soledad y coraje se yergue como una muestra de visión inmediata, por la sencilla razón, aparte de las cualidades estéticas ya consignadas, de que nos ayuda a no olvidar lo que pasó (llegamos a vivir una tragedia en tiempo real).
De eso van asimismo este tipo de exposiciones: proyectan un aura moral y crítico. El mérito de Chávez Tejada fue mantenerse en el punto medio, como un observador de la catástrofe y de sus inevitables dinámicas.