Fue un error llevar la votación sobre las elecciones venezolanas a la OEA. La organización está trufada de países mínimos beneficiados en diverso grado por el petróleo de Venezuela, o influenciados por la actuación de la cancillería cubana. Además están los países más grandes con simpatías políticas por el régimen chavista.
No había manera de obtener una mayoría absoluta y ganar la elección en la OEA para exigirle presentar las actas electorales a Nicolás Maduro. Eso se hubiera podido calcular de antemano, incluso considerando la siempre impredecible diplomacia brasileña. Del México de estos días no se esperaba otra cosa que una conducta anti-latinoamericana.
La opción cauta frente al problema de Caracas ha venido siendo declarar que las elecciones no han sido democráticas y que los resultados no son convincentes. Es una forma de crítica que salva las formas pero no obliga a meter la mano en el avispero (como sí ha hecho nuestro canciller Javier González Olaechea). Pero solo salvar las formas no ayuda mucho a la oposición estafada y reprimida.
Hay experiencia frente a lo anterior. Incluso el masivo reconocimiento al triunfo electoral de Juan Guaidó en el 2019 no logró desmontar a Maduro. Allí se demostró que el apoyo internacional de los países democráticos y occidentales pesaba mucho menos, y duró mucho menos que el apoyo de Rusia, China y otros herederos de los manejos soviéticos, dentro y fuera de sus fronteras.
¿Qué ha cambiado desde entonces? En contra de Maduro: el descontento de los venezolanos ha crecido, como permiten observar las cifras electorales reales y el clima post-fraude en las calles del país; el descrédito mundial de la cúpula chavista es un tema de masiva corrupción; los sucesivos fraudes han producido un modus operandi fácil de detectar.
A favor de Maduro: el éxodo fue para la dictadura un alivio político y dentro de ello electoral, como lo fue para los hermanos Castro a lo largo de sus constantes crisis sociales. Los ocho millones de fugitivos no han sido una carta contra Maduro; están lejos, y muchos de ellos desentendidos, donde y como él los quiere.
Por último, el espectáculo de una OEA donde votan verdaderos países de alquiler, donde las naciones realmente independientes se muestran tan cautas en la defensa de valores que ellas mismas han establecido y propugnan, y donde las peores dictaduras le sacan la lengua a las democracias, es una verdadera pesadilla bolivariana.