¿Qué tanto se puede decir en cinco horas y por qué no se hizo un resumen más ágil y ordenado para un mejor entendimiento del mensaje presidencial? Básicamente, porque fue un discurso intervenido y parchado, al que le dieron un enfoque de sector por sector, y quedó convertido en una nueva lista de lavandería igual o peor que la del año pasado. Definitivamente, más larga que la anterior. Es extraño que los tres discursos más largos en la historia hayan sido precisamente de Pedro Castillo y Dina Boluarte, conocidos, sobre todo, por haber hecho muy poco durante sus periodos de gobierno.
El resultado fue un mamarracho comunicacional que no cumplió ningún objetivo, excepto pasar horas muertas, mientras se fueron desgajando detalles intrascendentes, sin que exista una visión, un rumbo, una hoja de ruta. Esa mirada del estadista que motiva, porque da dirección, porque lidera.
Esta podría ser la primera evaluación. Un discurso intrascendente y tan ociosamente largo que aburrió hasta al más atento. Eso en el aspecto formal. El contenido y la sustancia ya merecen comentarios más específicos.
Primero, el uso de cifras antojadizas que fueron rápidamente discutidas por los especialistas. El exceso de triunfalismo de quienes quieren ver una tendencia donde solo hay dos meses de un PBI que crece por razones climáticas. La realidad es que la recaudación fiscal se vino abajo y no hay nada en el camino que haga pensar que el ciclo económico negativo vaya a variar.
O una media verdad sobre Tía María, que tiene todo para relanzarse, menos lo fundamental que es la licencia social. O sus inmejorables cifras sobre salud mientras soslayan la falta de medicinas, de especialistas y el crecimiento exponencial del dengue en el 2024. En educación tampoco citó temas que van directamente en detrimento de la calidad educativa, como el nombramiento automático de maestros o las leyes dadas en el Congreso para licenciar de por vida a universidades que lucran y estafan.
Posiblemente, el paroxismo de esta jornada lo haya puesto su lista interminable de proyectos con enormes presupuestos, fusiones de megaministerios y un conjunto de obras que supuestamente se pondrán en marcha, pero para las que no ha mencionado la palabra clave: lucha anticorrupción. Con qué garantías si hasta el contralor ha sido sugerido por ella misma y el Congreso ha corrido a aprobárselo. Ha sido un mensaje olvidable, pero que hace recordar la peor etapa del fujimorismo, por la mentira, el abuso y la corrupción que escondía, bajo un manto de impunidad y soberbia.