El ambiente general era de alta tensión en Francia. Y no era para menos. Por tres motivos.
Primero, porque se trataba de una votación/elección importante, la del pasado domingo 7 de julio. Un país agudamente polarizado entre la izquierda y la derecha; y dentro de un contexto europeo complejo. En una Europa polarizada y estresada. Con dos guerras “entre manos” —Ucrania y en el medio oriente— y una derecha y derecha extrema hincando hacia la polarización, la exclusión, el racismo y el fanatismo.
Más allá de Europa, un delicado contexto en el mundo y América Latina. Proceso que se describe y analiza muy bien en el reciente libro La reconquista autoritaria de Isaac Goldstein: habla de una derecha global, desde Europa, que se proyecta más allá del territorio europeo. Y amenazando con discursos extremistas a la democracia en América Latina. Así, el marco institucional e ideológico de una derecha extrema y ultra en Latinoamérica. Que no actúa aisladamente, sino concertadamente con sus versiones extremistas en EEUU y Europa, particularmente España y activas redes latinoamericanas.
Un buen ejemplo es el del grupo extremista Vox (España), que actúa como el punto focal europeo de los grupos de extrema derecha latinoamericanos. Como sería en el Perú el autodenominado Renovación Nacional (¿Renovación Medieval?). Todo retomando lenguajes propios de la Guerra Fría y generando “una nueva cosmovisión política radical en el mundo”, como la ha calificado Goldstein. Activa “criatura” peruana, la intolerancia y beligerancia de la “peruviana” DBA (derecha bruta y achorada).
Insurge esta derecha global con tanta fuerza y merece especial atención. Acaso, no son aún generalizados como tendencia. Pero la reciente —y contundente— derrota electoral de esa expresión de derecha en Francia es un hecho de enorme trascendencia e importancia. Con repercusiones que seguramente van más allá del electorado galo.
Los resultados electorales en Francia no tienen mero impacto “local”. Muchos ven un paso para la construcción de un verdadero “cordón sanitario”, para inmunizar a Francia y Europa. Poniéndole un stop a la reproducción de una extrema derecha racista, excluyente y autoritaria. En lo que estaban de por medio no solo asuntos “locales”, de por sí importantes. Sino los intereses y la posición internacional de Francia, actor de enorme gravitación en un escenario europeo sensible y en acelerada evolución.
Y en lo sustancial, una gama de actores. Variados y de peso. Además de Le Pen, Macron o Mélenchon (líder del frente de las izquierdas), el emergente Nuevo Frente Popular (NFP), principal competidor de la RN extremista de Le Pen. En realidad, el NFP es el único “contrapeso” relevante.
Y en el escenario internacional, Putin. La cabeza del Kremlin, actor nada desdeñable y de crucial gravitación en las relaciones internacionales, en general. Pero, en particular, en los acontecimientos de Europa y en la política francesa. Sobre Francia, Putin ha sido reiteradamente explícito y hasta intrusivo. Por ejemplo, identificándose —y respaldando siempre— la radical posición de Le Pen contra la inmigración.
El Kremlin ha seguido de cerca los acontecimientos políticos en Francia y el curso político de las cosas, dadas las obvias implicaciones para la política europea y los intereses estratégicos de Rusia. El presidente ruso, Vladímir Putin, mostró especial interés en las elecciones legislativas francesas de junio, en las que se produjo un aumento significativo del apoyo a la ultraderechista RN liderada por su apreciada Marine Le Pen. Ella ha abogado siempre por estrechar las relaciones con Rusia y se ha opuesto a las sanciones de la UE a Moscú. Nada irrelevante.
El hecho es que por primera vez la votación nacional colocó en junio a la agrupación extremista Agrupación Nacional (RN) de Le Pen como partido “líder” en una votación nacional. Significativo que con ella Putin hubiese expresado, en varias ocasiones, particular identificación y simpatía. Especialmente, en su radical onda antiinmigración.
Ninguna “casualidad” en ese interés especial. Pues en asuntos sensibles, como el de la inmigración, Le Pen y Putin son tal para cual. Y mucho más: conocida por su postura euroescéptica, Le Pen se alinea estrechamente con las opiniones de Putin sobre el debilitamiento de la Unión Europea y la OTAN.
Un triunfo de Le Pen, por ello, no hubiera sido irrelevante, sino funcional para Putin. Habría apuntado a cambios de fondo en la política exterior francesa. Por ejemplo, a una Francia menos cuestionadora de Rusia en cuestiones críticas como la guerra en Ucrania o las sanciones internacionales a Rusia.
Esa ruta queda, al menos por el momento, descartada. El resultado de la derrota de Le Pen y, general, el de la segunda vuelta del pasado domingo es bueno para Francia, su política interna y sus relaciones internacionales. Entre otros aspectos, porque afianza la independencia/distancia ante Putin y el Kremlin.
La coalición de izquierdas, Nuevo Frente Popular (NFP), principal competidora de la RN, tiene una postura más crítica hacia la Rusia de Putin, sobre todo en cuestiones de derechos humanos y democracia. Y eso es bueno para Francia y Europa en el actual contexto de redes de derecha y ultraderecha en el mundo, tan activas y extendidas como las que describe Goldstein en su libro, no siempre fanáticas de los derechos humanos, sino más bien de la intolerancia.
Al impedir que la extrema derecha de RN y Le Pen obtenga la mayoría absoluta, el electorado francés ha generado lo que se ha calificado como el “cordón sanitario”. Es decir, una suerte de “vacuna” para evitar victorias de la extrema derecha en Francia y, hasta cierto punto, en otros lugares de Europa.
El eventual triunfo de la RN, rabiosamente antiinmigración e inocultablemente “racista”, hubiera sido visto, con razón, como una regresión en los valores democráticos, esenciales en la razón de ser de Francia. De hecho, hubiera alimentado la polarización y los desencuentros.
Con el resultado del pasado domingo, el electorado francés ha abierto avenidas de esperanza. No solo para Francia, sino para otros países y lugares. En esencia, marcando un hito claro en torno a algo crucial: la “avalancha” desde la extrema derecha no es inevitable, fatal o “invulnerable”. Y muestra que alianzas “de izquierdas” —o de “sentido común”— contra esa derecha no solo son necesarias y factibles, sino que pueden ser eficaces y triunfadoras.
Reto inmediato en Francia es que las fuerzas estructuradas en torno al Nuevo Frente Popular (NFP) sean capaces, primero, de resistir ante la previsible contraofensiva de la ultraderecha francesa —y global— derrotada. Que seguramente centrarán sus esfuerzos en desacreditar a la izquierda y a algunos de sus componentes más controversiales y radicales, como Mélenchon. Y, segundo, que sea capaz de ejercer responsablemente su mayoría relativa en la asamblea legislativa y contrarrestar el peso de la extrema derecha que buscará usar su peso relativo para ejercer el control total.
El presidente ruso, Vladímir Putin, ha mostrado un gran interés en las recientes elecciones francesas. Será crucial para la política francesa lograr que este “interés” no se convierta en un elemento determinante ni intrusivo en la política francesa.
Crucial que la experiencia reciente de Francia sirva de ejemplo frente a la constante ye extendida ofensiva de la derecha global. En el mundo y América Latina. Hay razones para concluir que, al igual que en Francia, en otras zonas de Europa y en América Latina no prosperará este aparente “alud” de derecha y de extrema derecha global autoritaria que hoy amenaza a las democracias. Eso, por cierto, si se hacen bien las cosas.