Poco a poco, Pedro Sánchez va logrando que los asuntos judiciales, en los que está inmersa buena parte de su entorno político directo y familiar, dejen de ser portada. En una estrategia de generar nuevas noticias a la velocidad de la luz, la conmemoración de la muerte de Franco ha desplazado a todo lo demás.
Pero, desde la Moncloa, no se da puntada sin hilo. Parte de la izquierda política aplaude con fervor porque su única manera de sobrevivir es en el ambiente de crispación y polarización que se vive. Tampoco le va mal a la extrema derecha que vuelve a encontrar un motivo para seguir tirando de la cuerda de la convivencia, ambas partes se necesitan. Un análisis más minucioso nos permite ver ciertas entretelas de la cuestión. La primera es que se trata de una nueva mano de decapante a la Transición y a la Constitución de 1978. Necesitan desautorizar el proceso constituyente para seguir caminando hacia mayores dosis autocráticas.
Olvidan que los antifranquistas más auténticos fueron los que estuvieron luchando desde el final de la Guerra Civil contra la dictadura, arriesgando su propia vida. No eran muchos y los tiempos duros, tanto como que la dictadura duró cuarenta años. La victoria de aquellos antifranquistas fue la propia transición política, el inicio de un periodo democrático y la superación de las dos Españas, proporcionando la suficiente estabilidad como para que las libertades no fuesen una excepción, sino la propia naturaleza del sistema.
Pedro Sánchez podía haber elegido decenas de motivos dignos de conmemoración, como las elecciones de 1977, que simbolizan el resultado de la lucha y sacrificios de unos y las renuncias de otros, para dar al país un futuro. Pero el objetivo es otro. Se trata de volver a dividir, señalar a una parte de los españoles y obligar a la otra mitad a levantar el dedo acusador bajo pena de ser tachado de traidor a la causa de la izquierda.
También vale como excusa para seguir erosionando al Jefe del Estado. Ese es un mar de fondo que va a seguir escuchándose durante los próximos meses. Primero desgasta y luego lo deja caer, siempre es lo mismo. En la muerte de Franco no hay nada que celebrar, el dictador murió en su cama, algo doloroso para los antifranquistas de primera generación que, por cierto, sí merecen el homenaje, porque su éxito fue la vuelta de la democracia y la Constitución de 1978, tan denostada por populistas de izquierda y extremo derechistas que no quieren entender nada de lo que pasó en España.
