En la vida nunca se acaba de aprender. Siempre nos quedarán cosas que dejamos siempre para más tarde por no ser prioritarias, porque se nos hacen cuesta arriba o inalcanzables o, simplemente, por pereza, aunque no queramos reconocerlo. En el terreno de la tecnología, la que estas líneas suscribe va con cierta lentitud e, incluso, parsimonia. Siempre rezagada porque lo primitivo, lo manual y lo artesano me parecen una maravilla que no acabamos de considerar suficientemente.
El paso de la máquina de teclado duro al ordenador fue temprano y poco traumático, pero la evolución a partir de ahí ha sido tan lenta como torpe sin dejar de hacer caso a las voces que te susurran al oído aquello de que “hay que evolucionar con los tiempos”, que siempre nos hace poner en guardia y el alma de autodidacta –algunas veces adormecida-, despierta cuando suenan las alarmas y cuando también surgen las necesidades. En este sentido aun los más rancios tenemos que reconocer que la técnica pone a nuestro alcance una serie de elementos que nos facilitan la vida hasta límites insospechados. Ya no está uno amarrado a la mesa de trabajo con una bola anclada al pie que le impide moverse: este invento del “teletrabajo” que nos brindó la pandemia sería impensable sin los medios electrónicos de que actualmente disponemos.
Desde el país más lejano, desde el mar o desde el aire uno puede mantenerse en contacto con la realidad laboral a cualquier hora del día y de la noche, hecho al que todos despertaron hace ya tiempo y otros, a paso de tortuga reumática, vamos llegando poco a poco, lentamente pero sin pausa. La satisfacción se triplica cuando las cosas se descubren sin lecciones y sin libro de instrucciones y esa es la mayor recompensa del autodidacta, que día a día va avanzando en su ignorancia y que va adquiriendo conocimientos que ya no se borrarán jamás, al mismo tiempo que no deja de entrenar su intelecto cosa que se adormece progresivamente en las nuevas generaciones, que ya tienen el camino andado de antemano. Dejar de pensar para que lo haga la máquina, no es bueno. Dejarse ayudar para plasmar lo pensado y hacerlo más rápido, sí lo es.