La inestabilidad política y económica ya no es una característica solo de los países del sur de Europa. Francia acaba de inaugurar su cuarto Gobierno en un año tras la caída del Ejecutivo de Michel Barnier, mientras se enfrentan al auge de la extrema derecha de Marine Le Pen. En Alemania, tampoco están para tirar cohetes, con una economía en recesión y unas elecciones anticipadas a la vuelta de la esquina tras el colapso de la frágil coalición que lideraba el socialdemócrata Olaf Scholz.
En medio del caos generalizado, Italia, con una larga tradición de crisis, gobierno técnicos y primeros ministros equilibristas se ha convertido para sorpresa de muchos en uno de los países más estables de la Unión Europea. «Lo que el mundo ve hoy es una Italia que vuelve a competir y sorprender, que de ser un observado especial se convierte en un modelo a seguir en muchos frentes», defendió recientemente la primera ministra, Giorgia Meloni, cerrando la fiesta anual de su partido en Roma. «Muchos habían apostado por nuestro fracaso, pero han apostado contra el caballo equivocado», añadió orgullosa.
El Gobierno de Meloni, en el poder desde hace poco más de dos años, no solo se ha erigido en un dique frente a las turbulencias que sufren sus socios europeos, también es uno de los más longevos de la historia del propio país. Basta pensar que durante los 16 años que Angela Merkel estuvo al frente de Alemania, Italia tuvo 10 Gobiernos distintos. Esta sorprendente estabilidad política que vive el país transalpino es quizás lo que ha favorecido la elección de la mandataria italiana como «la persona más poderosa de Europa» por la prestigiosa publicación estadounidense «Politico», cuya edición europea es muy influyente en Bruselas.
En la capital comunitaria, Meloni ha trabajado para que la derecha conservadora levantara las «líneas rojas» hacia una formación como la suya, Hermanos de Italia, un partido que nació de las cenizas de del postfascista Movimiento Social Italiano y que se ha enfrentado a algunos escándalos por la nostalgia hacia ese pasado de algunos de sus miembros, especialmente los más jóvenes.
Sin embargo, su firme apoyo a Ucrania ante la invasión rusa frente a la equidistancia de sus dos socios en la coalición gubernativa –el desaparecido Silvio Berlusconi, amigo personal de Vladimir Putin, de quien nunca renegó; y el líder de la Liga, Matteo Salvini, admirador confeso del jefe del Kremlin–, han favorecido su imagen más allá de las fronteras italianas.
En estos dos años, Meloni no solo ha conseguido calmar la inquietud que su elección despertó en las cancillerías europeas, sino que ha apuntalado un liderazgo europeo en materias como la inmigración. Su proyecto de externalizar la gestión de los flujos migratorios levantando un centro de internamiento de inmigrantes fuera de las fronteras de la UE ha recibido el beneplácito incluso de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, que ya habla explícitamente del centro en Albania como una «solución innovadora» que podría ser replicada.
Esta aparente metamorfosis moderada, que ha impulsado su liderazgo internacional, no se refleja en la política interna. Solo en los últimos tres meses, Meloni se ha enfrentado a una huelga general, manifestaciones de sanitarios, paros en el sector del automóvil y varias huelgas salvajes en los transportes que han paralizado Italia. En diciembre, médicos, profesores, estudiantes y trabajadores de todos los sectores protestaron en las calles contra los Presupuestos Generales que el Gobierno tiene previsto aprobar antes de que acabe el año y que los mercados, esos mismos contra los que la jefa del Ejecutivo italiano cargaba cuando estaba en la oposición, han aplaudido.
Los terceros Presupuestos de Meloni no incluyen nuevas tasas, pero tampoco partidas extras para educación o sanidad, dos sectores especialmente castigados tras años de recortes. Si incluían, en cambio, un aumento sustancial del salario de los ministros que no fueran diputados y senadores. Una propuesta que tuvo que ser retirada ante la indignación general de los italianos.
Sin embargo, a pesar de las protestas, el Gobierno no dará un paso atrás en sus planes económicos. «Hay una sensación de resignación, de que, con huelga o sin ella, el Gobierno hará lo que quiera», lamenta Guido Quici, presidente de uno de los principales sindicatos médicos del país.
Los próximos en movilizarse serán los jueces, a quienes Meloni acusó de conspirar contra el Gobierno con el objetivo de deslegitimar su acción política. La reciente absolución de su vicepresidente, Matteo Salvini, que se enfrentaba a seis años de cárcel por haber bloqueado en 2019 el desembarco de un centenar inmigrantes rescatados en el Mediterráneo por la ONG Open Arms cuando era ministro del Interior, ha reavivado los ataques contra la magistratura y reforzado el Ejecutivo.