Corría en 1928, hace casi cien años, cuando el mundo polarizado y en periodo de entreguerras casi experimenta la formación de un nuevo continente: Atlantropa. Si bien Eurasia, en sentido figurado, es la masa terrestre que une Europa con Asia, este sería el que uniría el viejo continente con África. Es decir, como si el mar Mediterráneo que nos separa desapareciese casi por completo. Pero no se trataba de una posibilidad geológica, sino un plan que desde Alemania manejaban y que, aunque en principio era una utopía, estuvo a punto de llevarse a cabo a través de la construcción de infinitas presas, aunque los nazis nunca lo ejecutaron.
Se trataba de un proyecto preparado en los años veinte del siglo pasado, cuyo precursor fue Herman Sörgel, un arquitecto alemán que siempre estuvo interesado en ingeniería, urbanismo y política. El proyecto Atlantropa fue el eje de su vida profesional y un reflejo de sus creencias sobre el poder de la ingeniería para remodelar el mundo.
Entre sus propósitos principales estaba la ampliación de las tierras habitables y cultivables, así como la generación de electricidad a ambos continentes y estabilizar políticamente tanto Europa como África. Dicha utopía consistía en resumidas cuentas de bajar entre cien y doscientos metros el nivel del mar Mediterráneo y regular el curso de sus aguas a través de sucesivas presas. El alemán pensaba en desecar el Mediterráneo para crear una presa en el Estrecho de Gibraltar y abastecer de electricidad a Europa.
Asimismo, se buscaría ganar al mar unos 660.200 kilómetros cuadrados de nuevas tierras con la construcción de varias centrales hidroeléctricas de gran tamaño. No solo la de Gibraltar, la cual sería la más grande, pues también habría otra entre Sicilia y Túnez, también en Dardanelos o el Canal de Suez y así hasta volver a juntar Europa con África como estaban unidas hace millones de años antes de la ruptura de Pangea y formación de los actuales continentes.
Para poner en contexto: España quedaría unida a Marruecos, mientras Córcega y Cerdeña serían una y las islas de Grecia pasarían a ser peninsulares; Malta y Chipre serían ciudades o provincias como hoy es Consuegra (en Toledo) o Huelva, y el comercio marítimo sufriría considerables consecuencias nunca antes vistas, con la extensión del Canal de Suez que se barajaba.
El proyecto, además de dividir el mar Mediterráneo en dos cuencas, también preveía la construcción de varias represas en el río Congo y proporcionar un "mar interior" en el centro de África. Y el norte del Sáhara sería regado con agua previamente desalinizada del Mediterráneo, lo que permitiría robar tres millones de kilómetros cuadrados de tierra fértil del desierto.
Todo dentro del mismo anhelo de Sörgel de aprovechar los inmersos recursos naturales del continente africano, y a su vez, dejar a esta nueva formación como el "gran continente" autosuficiente que pudiera competir económicamente con América y Asia., lo que haría que Europa (o más bien, Atlantropa) fuera el centro del mundo más allá de su posición geográfica. Sin lugar a dudas, se buscaba que fuera una obra maestra de la ingeniería para solucionar muchos de los problemas de su época, pero que sería, sin embargo, un problema que no existía.
O varios, pues fue muy criticado en aquella época por la visión colonialista y la inviabilidad técnica y económica, ya que las dimensiones del proyecto eran colosales y no existía la tecnología necesaria, mientras que dejaría a la parte africana como un apéndice de Europa. Asimismo, habría desplazado a millones de personas, especialmente en las costas del norte de África, y generaría un grave impacto ecológico por la alteración de los ecosistemas, destruyendo hábitats marinos y cambiando el clima.
La creación del "supercontinente" nunca pasó de ser una idea teórica, y se quedó en un sueño utópico de ingeniería del siglo XX. Con el ascenso al poder de Adolf Hitler, el plan comenzó a perder fascinación. El fúhrer especulaba con ganar terreno para Europa, pero hacia el este. La falta de interés de los nazis en proyectos pacíficos de cooperación internacional y el enfoque bélico de Hitler lo dejaron en el olvido. Además, Sörgel estaba casado con una mujer que tenía raíces judías, lo que no inspiró confianza a los nazis para tomar en serio sus planes y precipitó que el proyecto Atlantropa, la mayor utopía jamás contada de la historia, nunca se llevara a cabo.
