La actual guerra en Ucrania ha dejado patente que el conflicto contemporáneo en Europa trasciende las fronteras del continente. El despliegue de al menos 10.000 soldados norcoreanos en Rusia subraya que Corea del Norte (RPDC) ha dejado de ser un mero aliado periférico, que se limitaba a respaldar la retórica de Putin y a enviar millones de proyectiles de artillería y misiles balísticos, para convertirse en un actor estratégico militar relevante en el escenario bélico. Si bien la alianza militar entre Moscú y Pyongyang se encuentra en su punto más fuerte, su orientación no se limita únicamente a confrontar a Kiev y sus aliados. Este desarrollo también señala una creciente fractura en el núcleo de la Eurasia autoritaria, sugiriendo que las dinámicas de poder en la región están en plena transformación.
Con el despliegue de tropas en la cruenta batalla, el Reino Ermitaño ha registrado su primera participación activa en un enfrentamiento militar desde la Guerra de Corea, hace más de setenta años. Anteriormente, se limitaba a suministrar artillería a Rusia, mientras que Moscú respondía con alimentos y asistencia financiera, recursos de vital importancia para el régimen norcoreano. Sin embargo, lo que Kim considera fundamental es el acceso a tecnología militar avanzada, que abarca desde sistemas de satélites y misiles balísticos lanzados desde submarinos hasta sumergibles nucleares y armas nucleares tácticas.
La alianza entre Corea del Norte y Rusia se remonta a raíces históricas complejas y profundamente entrelazadas. El abuelo del actual líder, Kim Jong Un, halló refugio en Moscú durante la ocupación japonesa, mientras que la arquitectura de Pyongyang lleva la impronta de diseñadores soviéticos. A lo largo de los años, el armamento soviético y, posteriormente, ruso, ha sido un pilar en el equipamiento de las fuerzas norcoreanas, especialmente durante la Guerra de Corea (1950-1953), un conflicto decisivo para la consolidación del régimen de Kim y un momento crítico en la dinámica de la Guerra Fría. Durante esta confrontación, soldados soviéticos, junto a sus homólogos chinos, se alinearon con las tropas norcoreanas para enfrentar a las fuerzas surcoreanas y estadounidenses. Este pasado compartido ha permitido a ambos regímenes construir una narrativa de legitimidad histórica, enraizada en el dolor y el resentimiento por los sacrificios humanos realizados en la lucha contra el imperialismo alemán y japonés en las décadas de 1930 y 1940.
Sin embargo, este ardiente pasado no es suficiente para explicar la firma, este mismo año, de un tratado bilateral de amistad entre estas dos potencias, que incluye una cláusula de asistencia militar mutua inmediata. Esta nueva alianza va más allá del simple estatus de parias internacionales que ambos comparten ante Occidente. En la actualidad, están forjando lazos económicos que superan con creces la mera transferencia de armamento. La mano de obra norcoreana se ha convertido en un recurso valioso para el desarrollo del escasamente poblado Lejano Oriente ruso, mientras que, simultáneamente, los hidrocarburos rusos están comenzando a ingresar gradualmente a la Península Coreana.
El creciente aislamiento internacional de Rusia, resultado de su agresiva incursión en Ucrania, junto con su imperativo estratégico de consolidar la victoria en este conflicto, ha colocado a Norcorea en una posición privilegiada para satisfacer las demandas inminentes de asistencia militar de Moscú. Esta contienda ha facilitado, además, la consolidación de una coalición ideológica, permitiendo al régimen de Kim evadir y socavar las sanciones tanto multilaterales como unilaterales, lo que ha frustrado los intentos del Consejo de Seguridad de la ONU de imponer responsabilidades a ambos gobiernos. Finalmente, el respaldo material y financiero obtenido a cambio de la provisión de proyectiles y misiles ha acelerado el desarrollo interno de los sistemas de misiles norcoreanos y su capacidad nuclear, prolongando así el statu quo del régimen de Kim y robusteciendo sus perspectivas de perdurabilidad en el escenario internacional.
Con todo, la controvertida entrada en acción de un contingente norcoreano en el frente ruso-ucraniano, se produjo en un contexto en el que las fuerzas rusas enfrentan un creciente número de bajas en el conflicto bélico. Según datos del Ministerio de Defensa británico, Rusia experimentó 45.680 bajas en noviembre, lo que se traduce en una media diaria de 1,523 muertos o heridos, alcanzando así un alarmante récord desde el inicio de su invasión a gran escala en febrero de 2022. Este aumento en las pérdidas resalta no solo la intensidad de la contienda, sino también las graves implicaciones estratégicas para el Kremlin en su esfuerzo por mantener su posición en el teatro de operaciones.
Sin duda, Putin es plenamente consciente de que Pyongyang posee un vasto ejército convencional, compuesto por 1,3 millones de soldados en activo y otros 7,6 millones en la reserva, lo que representa casi un tercio de su población total. La inteligencia surcoreana ha catalogado a las unidades desplegadas en el conflicto como fuerzas especiales, aparentemente vinculadas al XI Cuerpo de Corea del Norte. Este contingente, que agrupa a aproximadamente 200,000 soldados organizados en 18 brigadas, se caracteriza por su óptima logística en alimentación, un riguroso régimen de entrenamiento, un alto nivel de adoctrinamiento ideológico y una especialización en tácticas de infiltración.
A pesar de que estas fuerzas puedan enfrentar obstáculos asociados con la guerra moderna y las barreras lingüísticas del idioma ruso, es importante destacar que, dentro de la vasta estructura de este ejército, estos destacamentos sobresalen por su capacidad operativa. Su disposición para llevar a cabo misiones complejas y su entrenamiento específico las convierten en un componente crítico del potencial militar, lo que sugiere una capacidad significativa para actuar en escenarios de combate contemporáneos.
Pyongyang ha estado socavando la seguridad del noreste asiático de múltiples maneras: a través de secuestros de ciudadanos japoneses y surcoreanos, incursiones navales y submarinas, así como la adquisición y prueba de misiles balísticos, sin olvidar su ambicioso desarrollo de cabezas nucleares. Si las tropas norcoreanas adquieren competencias en combate terrestre moderno durante su despliegue en Rusia, expertos apuntan a que esto representa una amenaza directa para la línea de demarcación establecida por el armisticio de Panmunjeom, intensificando así las tensiones en una región ya volátil.
Entretanto, Kim ha implementado un ambicioso plan quinquenal orientado a la expansión militar del país. Históricamente, el líder se ha enfocado en la investigación y el desarrollo de armamento de vanguardia, abarcando tecnologías como drones suicidas análogos a los utilizados en Ucrania y misiles balísticos de largo alcance que amenazan no solo a el Sur y Japón, sino también a Estados Unidos. Sin embargo, ha dado un giro estratégico al priorizar la producción y modernización de su arsenal. A partir de la segunda mitad de 2023, los medios estatales han presentado una abundante cobertura de Kim inspeccionando fábricas de municiones, donde enfatiza conceptos clave como "modernización", "expansión de la capacidad de producción" y "aseguramiento de precisión y calidad". Este enfoque en la industrialización militar refleja una determinación inquebrantable por consolidar el poderío bélico en un entorno global cada vez más hostil, garantizando no solo su supervivencia, sino también su dominio en la contienda por la supremacía militar en la región.
