Para evaluar los riesgos de esta nueva era de incertidumbre e inestabilidad que estamos viviendo, conviene hacer un poco de retrospectiva. Cuando el mundo estaba entrando en una nueva era hacia el final del segundo mandato de Ronald Reagan, algunos visionarios previeron los tifones de cambio que se aproximaban y se empeñaron en intentar entender y prepararse para un mundo nuevo y desconocido. Este concepto, método de análisis y estrategia de liderazgo para tiempos convulsos, fue concebido por dos brillantes profesores estadounidenses de la Universidad de California del Sur, Warren Bennis y Burt Banus. El marco de trabajo y análisis recibió el nombre de VUCA (por su acrónimo en inglés) que significa Volatilidad (centrándose en la rapidez e imprevisibilidad de los acontecimientos que se avecinaban). Incertidumbre centrándose también en la imprevisibilidad aleatoria de los más bruscos cambios. Complejidad, por la difícil o casi imposible comprensión de los nuevos factores, en los que las relaciones causa-efecto parecen diluirse y carecer de sentido. Por último, Ambigüedad, que enmaraña la realidad provocando graves errores de percepción por la falta de claridad en los antecedentes, factores endógenos, factores exógenos y las consecuencias de los cambios radicales que nos acechan.
El concepto/método muy conocido en las escuelas de negocios más importantes del mundo desde entonces, fue adoptado con entusiasmo por la escuela de Estado Mayor del Ejército de EE UU (US Army War College) en 1987, dos años antes de la caída del Muro de Berlín y más de tres años antes de la implosión de la URSS. ¿Cuántas veces no habremos leído y oído que las fracturas en la historia habían vuelto a sorprender al mundo y lo que es peor a sus líderes? Pues no, a todos no. Son dignos de elogio, igualmente, los mandos del Ejército de EE UU que produjeron una oficialidad y profesorado en su academia más prestigiosa que hizo suya una visión revolucionaria del análisis de la realidad, especialmente adaptada al ámbito geopolítico y geoeconómico.
Pero no podemos olvidar a unos protagonistas muy especiales que fueron decisivos en el cambio de era y la derrota del Bloque Soviético en la Guerra Fría que mantuvo a la humanidad al borde del exterminio durante 45 años. El Papa San Juan Pablo II, el presidente Ronald Reagan y la primera ministra de Reino Unido Margaret Thatcher. Este trío de visionarios, de profundas convicciones, principios éticos y morales solidísimos y un coraje personal, moral y político simplemente excepcional, fueron los arquitectos de la victoria de la libertad frente a la opresión, la represión y el horror del gulag. Es así de claro y de sencillo. Tras años de furibundas críticas, por fin un número creciente de estudiosos de las relaciones internacionales han empezado a reconocer la magnitud de su obra, por lo menos los que no están infectados por la cobardía intelectual, la corrección política, el complejo intelectual del centro derecha frente a la izquierda o el wokismo que es una de las formas más implacables de censura.
Sin embargo, a mí me gustaría incluir en esta distinguidísima lista a otros políticos, estos de centro izquierda, socialdemócratas de verdad que fueron esenciales para que las democracias que vencieron en la Segunda Guerra Mundial no fueran derrotadas en la Guerra Fría. En primer lugar, el irrepetible tándem Willy Brandt-Helmut Schmidt, el primero un animal político, inteligente, intuitivo, encantador, que concibió la «Ostpolitik» como canal de diálogo para rebajar tensiones con el bloque enemigo, pero sin ceder ni un ápice en sus convicciones democráticas. Justamente por eso los soviéticos y sus esbirros de la DDR le colaron un topo, su consejero Günter Guillaume, lo que provocó su dimisión el 6 de mayo de 1974. No olvidemos que Brandt había sido alcalde-presidente de Berlín (el que recibió a John F. Kennedy, que dijo «Yo también soy berlinés») y que sus políticas pusieron las bases para la reunificación de Alemania de la que fue arquitecto otro grande de la política Helmut Kohl.
Pero los logros jamás se habrían consolidado sin el inteligente pragmatismo de un hombre que desde la tranquilidad y la moderación llevó a Alemania a la cúspide económica del mundo y consolidó la relación con EE UU. Tras desmoronarse la coalición con los liberales en 1982, Schmidt dejó la política al enfrentarse con el ala de izquierda dura de su propio partido, el SPD.
Me permitirán una mención elogiosa más a otros dos personajes únicos, Helmut Kohl y François Mitterrand, que diseñaron y posibilitaron la UE que hoy disfrutamos, con sus inmensas virtudes y algunos defectos, y que son el epítome de la reconciliación franco-alemana y los creadores del eje París-Berlín. Ambos enterraron el «OTAN-escepticismo» de De Gaulle haciendo de Europa lo que es hoy. Este proyecto habría sido imposible sin el concurso de unos de los más grandes de la socialdemocracia europea, Felipe González, que entendió como pocos los convulsos tiempos que se le echaban encima al mundo y que ayudó a navegar y encauzar desde una posición de lealtad inquebrantable al proyecto europeo y la relación trasatlántica. Me van a permitir que suelte un largo suspiro de nostalgia por una brillante y sólida clase política que pudo evitar los desastres de la última era VUCA que vivió el mundo. Hoy cuando nos enfrentamos a otra era VUCA, tenemos al frente de los principales gobiernos del mundo a líderes que están a galaxias de aquellos que ganaron la guerra fría y evitaron el caos en los año noventa.
Tengo que citar aquí al muy sólido corresponsal jefe de seguridad nacional de la CNN John Sciutto y lo que dice en su último y excelente libro (de lectura obligada para periodistas, políticos y analistas) «El retorno de las grandes potencias» que el mundo se encuentra en una encrucijada como la de 1939, él lo califica en inglés de «a 1939 moment» encrucijada no existe en inglés (no es como algunos traducen «crossroads») y subraya que Rusia está dando zarpazos desde 2008 (Georgia), 2014 (Crimea) y la guerra total de Rusia contra Ucrania desde febrero de 2024. Sciutto dice que Putin nos desafía con su expansionismo agresivo hasta que le paren los pies. Añade, con razón, que los chinos están midiendo milimétricamente la situación para hacer lo propio en el mar del Sur de China, donde están a la gresca con todos sus vecinos y con EE UU y echando un ojo muy amenazador a Taiwán, su principal reivindicación nacionalista y, no lo olvidemos, su única salida expedita a aguas profundas del Pacífico Oriental, sin tener que costear países hostiles ni pasar por el estrecho de Malaca cuyo bloqueo podría estrangular de manera letal su economía. La hostilidad china hacia Taiwán tiene, además de la componente nacionalista, una económica y geoestratégica de inmensa trascendencia.
Decía un maestro de las letras que el escritor tiene un plan y el papel otro muy distinto. Hoy esa máxima se ha cumplido en estas modestas líneas, que pretendían hacer un ejercicio de previsión de lo que nos espera en el año que entra, pero he creído necesario, quizás ha sido el papel y no yo, que hiciésemos un pequeño repaso histórico del otro punto de inflexión histórico VUCA que sea quizás el más comparable al que nos enfrentamos hoy. La tragedia es que no hay un solo país que tenga un líder ni remotamente comparable a ninguno de los mencionados, si bien algunos de los líderes más denostados (Trump o Meloni, que sin estar ni de lejos en la liga descrita más arriba) puedan, quizás, llegar a aportar, paradójicamente, más estabilidad que la que sus encendidos mensajes hubiesen podido sugerir.
Como transición a las siguientes partes de este breve estudio, baste decir que el final de la Guerra Fría no supuso en absoluto la desaparición de la rivalidad y enemistad de Rusia con Occidente. Después de un brevísimo espejismo de amistad estrecha con Occidente, falso y carente de toda base en el ADN ruso, se dio paso a la reconstrucción de la teoría del enfrentamiento con Occidente. Aquello de: «Contra Occidente se vive mejor». Los rusos dijeron incluso en encuestas callejeras a finales de los 90 que estaban perplejos en este nuevo contexto geopolítico, que no se sentían cómodos siendo amigos con Occidente, sus antiguos enemigos, por imposición de la «nueva intelligentsia rusa» (que bien poco duró Yeltsin y su clique). El ruso tiene un alma europea y otra que no lo es tanto o nada en absoluto. Es sin duda, una de las más grandes naciones de la historia, en ella convergen algunas de las figuras más importantes de la literatura, la música, el arte o la ciencia de la humanidad. Pero ni se sienten ni son occidentales ni nunca lo serán. Vladimir Putin dijo que la implosión de la URSS era «la mayor tragedia geopolítica de la historia» y que «la desaparición de la URSS supuso la desaparición de la Rusia histórica». ¿Ve el lector de donde viene buena parte de lo ocurrido en Europa en los últimos 34 años? Pues eso, el domingo que viene más.