Cerca de 32 millones de peregrinos atravesarán a lo largo de este nuevo año la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Y no pocos de ellos lo harán buscando ganar el Jubileo ordinario establecido por la Iglesia cada 25 años, con todo lo que implica: una indulgencia plenaria válida para ellos mismos o para sus difuntos, los que se encuentran en el purgatorio. Pero, ¿qué es esta práctica que se remonta al inicio del cristianismo? Aunque aquellos primeros seguidores de Jesús ya buscaban la manera de atenuar la pena que conllevaba un pecado, fue en la Edad Media, en torno al siglo XI, cuando surgió como tal el concepto de indulgencia, como una manera de que un cristiano arrepentido pudiera aligerar o anular ese lastre espiritual con oraciones, mortificaciones, donar dinero a los pobres, peregrinar a un monasterio e, incluso, participar en las Cruzadas. Fue el Papa Celestino V quien otorgó en 1294 la que para mucho es la primera indulgencia plenaria como tal, a través de una Bula del Perdón, a todos aquellos fieles que visitaran la Basílica de Santa María di Collemaggio, en la localidad italiana de L’Aquila, desde las vísperas del 28 de agosto hasta la puesta del sol del 29.
Sin embargo, a la vez que muchos creyentes vieron en esta vía un camino de purificación, otros vieron en las indulgencias una manera de comerciar con la salvación. De hecho, se convirtió en uno de los motivos que llevaron a Lutero al cisma, al considerar que eran una estafa y un engaño. Como subrayaría después Benedicto XVI, no puede ser tomada como un «descuento» sobre la pena del pecado, sino como un impulso para una «conversión más radical». A partir de ahí, la doctrina de las indulgencias se ha ido puliendo con el paso de los años y de los papas hasta llegar a este Año Santo.
«No podemos comercializar y caer en el error de pensar que Dios me perdona hasta aquí y que este trozo no me lo perdona. Dios te perdona siempre y te lo perdona todo», detalla Francisco Romero, director del Secretariado del Jubileo 2025 de la Conferencia Episcopal Española, Para este sacerdote extremeño, quien se acerque para ganar una indulgencia ha de hacerlo «en busca del perdón de Dios ejercido como misericordia, en el cual se nos perdona todo lo que hemos hecho y quedamos limpios en nuestro corazón de toda mancha que haya podido quedar ahí como reserva de aquello que ha quedado retenido».
El también director del Secretariado de la Comisión Episcopal para la Evangelización, Catequesis y Catecumenado, es consciente de que esta cuestión es complicada de asumir en una sociedad secularizada sin conciencia de pecado: «Donde hay que hacer más insistencia precisamente es en la oportunidad de encontrarnos con el Señor y tratar de descubrir que en nuestra vida hace falta cambiar cosas y arrepentirnos de otras que hicimos». Por eso insiste en que «debemos tener la certeza y seguridad de que lo que realmente se busca no es otra cosa que hacer posible que la reconciliación se haga realidad en la vida del creyente y que el no creyente pueda dar el paso a encontrarse con el Señor y tratar de renovar su vida».
El cardenal Angelo Donatis, como penitenciario mayor de la Santa Sede, esto es, el máximo responsable, entre otras cosas, de las absoluciones por excomunión, también es el responsable de regular esta gracia. Para este Jubileo ha emitido un decreto en el que se recuerda que «podrán conseguir del tesoro de la Iglesia, plenísima Indulgencia, remisión y perdón de sus pecados», si se confiesan, comulgan, rezan por las intenciones del Papa, peregrinen a cualquier lugar sagrado jubilar, y participen en obras de misericordia.
José Leonardo Lemos, obispo de Orense y presidente de la Comisión Episcopal para la Liturgia, aclara que «pasar la puerta santa no es un ‘rito mágico’ ni un acto de superstición, ni por sí mismo es un acto que lleve ningún mérito de gracia sino que es un signo profundo de atravesar la puerta que es Cristo». Es más, en la guía jubilar elaborada por la Conferencia Episcopal Española aclara que «la indulgencia no se obtiene por el hecho mismo de cruzar la puerta santa, sino que se requiere la confesión sacramental y la participación en la eucaristía como elementos imprescindibles, unidos a toda aversión al pecado y deseo de vida en santidad, manifestado en obras concretas». Solo se puede ganar una al día. Eso sí, precisamente la Penitenciaría Apostólica, por expreso deseo del Pontífice argentino, ha decretado, como principal novedad, que se permite ganar una segunda indulgencia en el mismo día, bajo unas determinadas condiciones: «Los fieles que habrán emitido el acto de caridad en favor de las almas del purgatorio, si se acercan legítimamente al sacramento de la comunión una segunda vez en el mismo día, podrán conseguir dos veces en el mismo día la indulgencia plenaria, aplicable solo a los difuntos».
Algunas diócesis han dado un paso al frente para actualizar el ejercicio de las indulgencias. Prueba de ello es el obispo de Almería, Antonio Gómez Cantero, que ha dado luz verde un decreto que recoge las disposiciones diocesanas para vivir este año y en el que se subraya que será posible alcanzar la indulgencia jubilar a través de la vía tradicional, pero también incluye otras vías como la abstinencia «en espíritu de penitencia» al menos durante un día de lo que define como «distracciones banales». Entre ellas, presenta las acciones «reales y también virtuales, inducidas, por ejemplo, por los medios de comunicación y por las redes sociales». De la misma manera, se propone acabar con «consumos superfluos». En el ámbito de la caridad, la diócesis almeriense propone dedicar «una parte del propio tiempo libre a actividades de voluntariado».
«El gesto de Francisco de abrir una puerta santa en una cárcel va en esta línea y, de hecho, los obispos españoles están propiciando que haya lugares concretos para ejercitar esas obras de misericordia jubilares», enfatiza Francisco Romero. En este sentido, remarca cómo este jubileo busca «poner el acento en el amor al prójimo, tal y como recoge la bula papal, que habla de concentrarse en el apoyo a los ancianos, a los pobres, a los enfermos, a los presos y a los jóvenes, porque esos han perdido especialmente la esperanza y hacia ellos tenemos que ir». «En este Jubileo de la esperanza, ellos son y deben ser los privilegiados de esa acción eclesial», sentencia.